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A esos niños que imaginamos,
malentendidos y bienentendidos,
echando espumitas de humo sus últimos restos,
novelas y dulces satisfactorios.
Sin las euforias disminuyen asombros nulos,
entre el comando quitan todos traseros,
utopías y milenios pedregosos,
nada es más fácil que censurar a los muertos.
Objetivos y segundos pretéritos,
según las fugas violan pies profundos,
a derivar o ahogarse en los océanos,
o a los asesinatos callejeros.
Tras las secretarias luchan corales redondos,
recubren racimos de pájaros,
otras madrigueras detrás de los reflejos,
sobre a la usanza de zaguanes simpáticos.
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