Que ha permitido la interconexion global

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Respuesta dada por: juanfelipeospiba0520
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Hablando de las relaciones entre las TCI con la cultura, recuerdo un correo electrónico que tengo archivado hace tiempo, el cuál hace la comparación entre la población total de la tierra con una aldea de 100 personas. Como los artistas tenemos la mala costumbre de no ser muy amigos de las estadísticas –las que nos resultan increíblemente aburridas- creo que conservé este envío porque explica de manera simple una realidad paralizante: si se pudiera reducir la población de la Tierra a un pueblo de exactamente cien habitantes -manteniendo todas las proporciones y traduciendo las estadísticas pertinentes- descubriríamos que 70 de sus habitantes no sabrían leer y sólo uno de ellos tendría acceso a una computadora, en términos de poder comprarla y de estar letrado en su uso. Si pensamos que en ese pequeño lugar únicamente 6 de sus habitantes poseerían el 59% de toda su riqueza y los 6 vivirían en los Estados Unidos, no sería disparatado deducir que la única persona del pueblo que poseyera esa computadora sería blanca, de nacionalidad norteamericana y de seguro no sería artista. Cuando se considera el mundo desde una perspectiva comprimida, las estadísticas nos abruman.

Los últimos cincuenta años del siglo XX vieron consolidar una serie de cambios tecnológicos y comunicacionales que empezaron a adoptar formas globales cuando se construyó un mercado mundial donde el dinero y la producción de bienes y mensajes se des-territorializaron, las fronteras geográficas se tornaron porosas y las aduanas, a menudo, inoperantes. Este proceso se terminó de consolidar con la desintegración de la Unión Soviética y el aparente agotamiento de la división bipolar del mundo, abriéndose a una nueva etapa globalizadora en la que se acentúa la interdependencia entre las sociedades y se generan nuevas estructuras de interconexión supranacional.[1] En este período, el uso de los medios electrónicos y la interactividad revolucionó todos los aspectos de la comunicación social y de la transmisión de información, modificando simultáneamente la noción de representación y las prácticas artísticas en sí mismas. Esto no es nuevo: a lo largo de la historia todos los descubrimientos tecnológicos – la televisión, la cámara fotográfica, el papel, los tipos móviles, etc.- tuvieron una instancia funcional y otra de autonomía expresiva. Si bien los nuevos medios son un legado directo de las "ciencias duras", del pensamiento racional, muy rápidamente invadieron territorios individuales y subjetivos, penetrando en los sacros terrenos de la "otra cultura". El conocimiento se ha mudado de casa, despoblando paulatinamente la Galaxia Gutemberg y re-instalándose en una cultura electrónica que tiene su espina dorsal en Internet [2]y cuya expansión acelerada motivó la ingenuidad de homologar la posibilidad técnica de comunicación universal con la posibilidad simbólica del diálogo entre culturas.

"La opacidad de una época oscura sobreviene en nuestros ánimos, en un mundo configurado por la técnica y la hiperabundancia de la comunicación. En ese horizonte, abierto a los desconocido,¿dónde queda situado el arte?"[3]

El arte contemporáneo no escapó al torrente globalizador e informático del que hablábamos y está ya ineludiblemente ligado a las nuevas tecnologías, las que han roto con las categorías de la estética tradicional,llevando a su última instancia algunas tendencias que habían sido esbozadas por las vanguardias (como la desmaterialización del objeto)[4] y permitiendo el desarrollo de nuevas estrategias artísticas que no se basan en lo real sino en su apropiación y reproducción, proponiéndonos la recreación de un mundo que se vive a través de sus sustitutos. Paralelamente, la repercusión mediática de los acontecimientos artísticos redujeron el carácter nacional de las producciones estéticas, desvaneciendo parcialmente las identidades artísticas nacionales. Estos movimientos circulares dieron fundamentos para creer que el arte y la cultura tendían a homologarse en patrones culturales cosmopolitas, los que, construidos sobre bases euro-céntricas, creaban una especie de estilo internacional que -lanzado desde Estados Unidos- aplanaba y manipulaba las diferencias culturales.[5] Metafóricamente hablando, gran parte de la humanidad se sintió como la Santa María de Colón, un navío que zarpa para corroborar la redondez de la tierra e integrar los nuevos mundos. En este sentido se pensaba que la globalización nos volvería tan próximos que se podría imaginar una convergencia hacia una humanidad más solidaria.

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