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Respuesta:En el marco de la realidad virreinal peruana, durante la primera mitad del siglo XVIII, los sectores de la élite indígena se agenciaron una serie de estrategias para tratar de ocupar un rol preponderante en el sistema colonial. Por un lado, están las demandas y tramitaciones formales que, a través de criollos y mestizos, el grupo de élite intentaba hacer llegar a la Corona para reclamar un mayor reconocimiento en diversos ámbitos, como, por ejemplo, en el religioso (1). Por otro lado, se desarrolló toda una producción cultural -principalmente iconográfica, pero también literaria- en la que estas demandas y sus argumentos se materializaban en apropiaciones ideológicamente codificadas del pasado de las élites indígenas y de sus vínculos estrechos con los estamentos más representativos de las instituciones peninsulares de poder (2). Estas versiones o reescrituras del pasado –en algunos casos ficcionales- reafirmaban el orden imperial como marco válido para toda negociación, pero simultáneamente exponían los intereses de la nobleza andina.
Así como en el caso de las demandas formales que se guardaban en el archivo burocrático imperial, algunas importantes muestras de la producción cultural en torno a estos intereses también recurrían a la mediación de los sectores mestizos, criollos e incluso peninsulares, los cuales no permanecían meramente neutrales en su papel de intermediarios sino que también introdujeron sutilmente sus propias perspectivas y agendas de negociación. Lejos de borrar su participación en la factura de estos objetos culturales o, como veremos, en los mismos intentos de supresión, la “marca” de las “voces” criollas se hace visible en estos textos como verdaderos “pasajes textuales imborrables” (3) de negociación. Este entramado de múltiples intereses convergentes, pero también en tensión, hace que nosotros –lectores contemporáneos- podamos reconocer en estos textos dramáticos y pictóricos una suerte de archivo en el que se registran los puntos de encuentro, pero también de fuga, de las ambiciones de diferentes grupos del orden colonial.
Pero no todas las ambiciones indígenas cursaron por los marcos institucionales reconocidos por el Imperio –los trámites burocráticos y la producción simbólica/ cultural, sino que durante estos años también se gestaron rebeliones indígenas que intentaban cancelar parcial o totalmente el orden establecido y que fueron peleadas en diferentes frentes: “uno que contrapuso a las etnias locales con los demás actores del mundo colonial[;] y otro que las enfrentó consigo mismas, desatando conflictos, entre las formas de jerarquización internas, surgidas en los diversos universos de los poderes político-religiosos precolombinos y drásticamente desquiciadas en el escenario colonial, y, por otro lado, unos esbozos de formas nuevas de jerarquización y acción social engendradas en el mundo colonial” (Faverón 225).
Tales conflictos evidencian que las élites indígenas no eran un grupo homogéneo y que sus proyectos para alcanzar mayores cotas de poder presentaban diferentes matices que iban desde los intentos para hacer progresar sus reclamos y solicitudes por las vías institucionales reconocidas cultural y burocráticamente, pasando por una cancelación del poder español que conservara estructuras de poder establecidas con la colonia – como la Iglesia y el vínculo con otras voces criollas disidentes, hasta proponer incluso una abierta cancelación del orden colonial, acompañada por un intento utópico y de ribetes arcaizantes de volver a estructuras de poder previas a toda colonización, aunque hay quienes creen que éstas sobrevivieron parcialmente en la memoria de la élite nativa (4). Estos diferentes tipos de posiciones no pueden servir para encasillar de manera determinante a los actores políticos de la élite nativa, sino que operan más bien como “posiciones-sujeto” (5) que pueden haber sido asumidas por diversos actores en diferentes momentos y según circunstancias cambiantes (6). De modo similar, la posición de los sectores mediadores y garantes de las demandas burocráticas y las negociaciones culturales tampoco es fija, sino que su función de intermediarios es fruto de alianzas contingentes que varían según escenarios y necesidades políticas específicas, las cuales podían variar en diferentes textos, e incluso en un mismo texto. En este contexto de heterogeneidad y contingencia, las múltiples voces resuenan con acentos y tonalidades particulares que traen consigo distintos idearios y formas de concebir la posición de los indios principales dentro de las estructuras del poder.
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EL FIN DE LA ELITE INDÍGENA
En el siglo XIX se estaba consolidando el Estado-Nación de
la Nueva Granada, para lograrlo, las élites criollas
trabajaban en el proyecto ilustrado de construir una nación
de ciudadanos libres, iguales y solidarios, con el fin de
establecer un derecho basado en los Derechos humanos y
los deberes que esto acarrea. Con este fin en mente, fue que Simón Bolívar llevó a cabo la revolución contra los españoles y en pro de la
independencia, pues implantar este modelo político-liberal requería la desaparición de las
diferencias étnicas, para así, establecer una nación igualitaria. En busca de este objetivo,
se promovieron instituciones liberales con el fin de expulsar las antiguas instituciones
indígenas. Como los republicanos no podían arrancar de golpe todas estas instituciones,
lo hicieron gradualmente convirtiendo a los indígenas en ciudadanos. Otros mecanismos
utilizados fueron la abolición de los resguardos indígenas, además del desprecio
psicológico contra el "salvatismo".
ELIMINACIÓN DEL TRIBUTO INDÍGENA
Este tributo, además de ser un impuesto que debían pagar los indígenas a la corona
española, era un recurso denigrante que ejercía cierta estigmatización étnica, por eso,
desde 1810 la junta suprema de Santa Fe anunció que el tributo debía ser suprimido,
afirmación que fue aceptada por el Congreso constituyente de Cúcuta de 1821. En
principio, la supresión del tributo fue inmediata y no tuvo ningún tipo de resistencia. Más
adelante, en 1828, empezó nuevamente a practicarse el cobro de los tributos y la práctica
discriminatoria, pero una vez establecida la República de la nueva Granada, en 1832, se
decretó la ley que abolió definitivamente cualquier tipo de cobro de tributo a los indígenas
ABOLICIÓN DE LOS RESGUARDOS INDÍGENAS
En el mismo momento en que se decretó la
eliminación del tributo indígena, se pusieron en venta
las tierras de los resguardos y, al igual que la
supresión del tributo, la abolición de los resguardos
fue aprobada por la corte de Cúcuta. Para comprar
estas tierras existieron fondos suficientes pero, a
diferencia del tributo, esta abolición trajo consigo
muchos problemas de diversa categoría. La
resistencia indígena adelantada mediante demandas y
peticiones y los inconvenientes de carácter técnico,
como la medición y la repartición de las tierras, fueron
los problemas más notables.
Los cabildos eran entidades municipales
creadas por los españoles para
administrar fácilmente sus colonias y se
constituyeron en la instancia legal que
ataba a los municipios con la corona.
Estos cabildos estaban estructurados
como una asamblea o consejo, en el cual
se tomaban decisiones de menor
importancia sobre el funcionamiento del
municipio, pues las decisiones de mayor
importancia eran tomadas por los españoles directamente. Los cabildos estuvieron
estrechamente relacionados con los resguardos indígenas, por eso, los españoles
decidieron crear los cabildos indígenas, cuyas funciones principales fueron organizar una
adecuada administración de la economía y de los bienes de la población, entre ellos las
tierras, además de velar por la convivencia civilizada" de los indígenas en estas
poblaciones. Sin embargo, debido al ímpetu que tenían las élites criollas por civilizar a
todos los habitantes de América y de convertirlos en ciudadanos de su república,
decidieron que era necesario acabar con esta forma de organización, de la misma forma
en la que alguna vez habían decidido acabar con los resguardos y los cacicazgos
LA CIVILIZACIÓN DE LOS SALVAJES
Los conceptos "civilizado" y "salvaje" fueron de suma importancia en la formación de la
nueva república pues determinaban aquello que era correcto, lo que estaba bien hacer y
lo que no, dentro de su territorio. Los republicanos tenían claro que la mejor forma de
organizar una república era con ciudadanos que actuaran de forma civilizada, por tanto,
tenían que desaparecer todo rastro de salvajismo de los habitantes de indias. Para
cumplir está misión, la élite criolla decide otorgar a las comunidades religiosas la
responsabilidad de convertir, adoctrinar y civilizar a los indígenas selváticos de las
américas; misión que ya tenían, incluso desde el mismo momento en que llegaron los
españoles a América. Los misioneros católicos fueron los encargados de civilizar a las
sociedades indígenas sedentarias convirtiéndose, en muchos casos, en el puente de
comunicación que articulaba la gestión entre los indígenas y el Estado. Sin embargo, esta
labor propuso un problema porque los misioneros tenían el objetivo de adoctrinar a los
indígenas en el conocimiento y práctica de su religión, y no de generar instituciones en
pro de una constitución adecuada para la república. Este hecho resultó confuso para los
republicanos pues, por una parte, había lograron "civilizar a los indígenas que ellos
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