— ¿Cuál es el dilema en el caso de Ernesto?
Respuestas
Respuesta:
El Che Guevara es universal. Tan universal que incluso los movimientos pacifistas lo hacen suyo, paradójicamente. El Che en blanco y negro, el Che en tinta china, el Che dibujado por computadora, el Che en su foto final de Cristo yacente hermoso y trágico. El Che en todas partes, en las habitaciones de comunistas y de cristianos, de socialistas y de anarquistas, en casas de campesinos e indios, en universidades, fábricas y escaparates, el Che en los campos de fútbol, el Che en estampas y en pequeñas iglesias bolivianas rezado en aymara y en quechua.
Millones de jóvenes en todo el mundo siguen viendo en el Che un ejemplo en el que mirarse en un tiempo de avance cultural del neoliberalismo, de descreimiento y nihilismo. El Che surge como el rescate de un horizonte liberador, de un impulso ético que invita a seguir luchando contra la injusticia allí donde se encuentre. Así es como cincuenta años después de su muerte su figura está viva, como si en cierto sentido el tiempo se hubiera detenido en aquella fotografía que le tomara Alberto Korda sobre la tribuna de la calle Colon de La Habana.
En los años ochenta, una vez pregunté a un joven nicaragüense que portaba una camiseta con el rostro del Che y una boina adornada con la estrella roja de cinco puntas, si había leído algo del mítico guerrillero. Me respondió que no, que andaba muy ocupado organizando a los jóvenes del barrio y que bastante tenía con seguir su ejemplo en la vida diaria. En ese momento, hace veinte años, me di cuenta que el éxito del Che Guevara no radica principalmente en sus importantes textos y en sus sugerentes tesis políticas, sino en su fuerza moral. Es el revolucionario en estado puro, el hombre utópico, el que lleva hasta el final la coherencia en la vida, el que más ha interesado históricamente a una multitud. Che realizando su viaje iniciático en una motocicleta, rumbo a una leprosería en Venezuela; Che dejando el poder en Cuba para arriesgar su vida en el Congo, un escenario lejano y complejo que desconoce; Che muerto en Bolivia, tras un desencuentro dramático con la realidad, dejándonos ese rostro crístico que parece una llamada a la humanidad. Son esos tres momentos los que sellan el abrazo entre decenas de millones de seres humanos y el hombre. Sin duda que él era portador de muchas ideas, muchas brillantes, y era productor de teorías económicas interesantes y de enfoques innovadores, pero todo ese arsenal es perfectamente discutible. Lo que resulta en él, irrefutable, es su ejemplo. Ese detalle no hay quien lo discuta.
Ese aspecto, la moral de Che, es el que me interesa. El que me conmueve. El que me perturba a veces. El que hace de Che mi figura histórica. Esa moral, sin embargo, no es una línea recta, pura, intachable. Y no lo es porque Che era un ser humano, hijo de su tiempo e influido por las ideas predominantes de la izquierda en la mitad del siglo XX. Lo prefiero así, contradictorio, cercano. Es más real. Más verdad.
Explicación:
Respuesta:El Che Guevara es universal. Tan universal que incluso los movimientos pacifistas lo hacen suyo, paradójicamente. El Che en blanco y negro, el Che en tinta china, el Che dibujado por computadora, el Che en su foto final de Cristo yacente hermoso y trágico. El Che en todas partes, en las habitaciones de comunistas y de cristianos, de socialistas y de anarquistas, en casas de campesinos e indios, en universidades, fábricas y escaparates, el Che en los campos de fútbol, el Che en estampas y en pequeñas iglesias bolivianas rezado en aymara y en quechua.
Millones de jóvenes en todo el mundo siguen viendo en el Che un ejemplo en el que mirarse en un tiempo de avance cultural del neoliberalismo, de descreimiento y nihilismo. El Che surge como el rescate de un horizonte liberador, de un impulso ético que invita a seguir luchando contra la injusticia allí donde se encuentre. Así es como cincuenta años después de su muerte su figura está viva, como si en cierto sentido el tiempo se hubiera detenido en aquella fotografía que le tomara Alberto Korda sobre la tribuna de la calle Colon de La Habana.
En los años ochenta, una vez pregunté a un joven nicaragüense que portaba una camiseta con el rostro del Che y una boina adornada con la estrella roja de cinco puntas, si había leído algo del mítico guerrillero. Me respondió que no, que andaba muy ocupado organizando a los jóvenes del barrio y que bastante tenía con seguir su ejemplo en la vida diaria. En ese momento, hace veinte años, me di cuenta que el éxito del Che Guevara no radica principalmente en sus importantes textos y en sus sugerentes tesis políticas, sino en su fuerza moral. Es el revolucionario en estado puro, el hombre utópico, el que lleva hasta el final la coherencia en la vida, el que más ha interesado históricamente a una multitud. Che realizando su viaje iniciático en una motocicleta, rumbo a una leprosería en Venezuela; Che dejando el poder en Cuba para arriesgar su vida en el Congo, un escenario lejano y complejo que desconoce; Che muerto en Bolivia, tras un desencuentro dramático con la realidad, dejándonos ese rostro crístico que parece una llamada a la humanidad. Son esos tres momentos los que sellan el abrazo entre decenas de millones de seres humanos y el hombre. Sin duda que él era portador de muchas ideas, muchas brillantes, y era productor de teorías económicas interesantes y de enfoques innovadores, pero todo ese arsenal es perfectamente discutible. Lo que resulta en él, irrefutable, es su ejemplo. Ese detalle no hay quien lo discuta.
Ese aspecto, la moral de Che, es el que me interesa. El que me conmueve. El que me perturba a veces. El que hace de Che mi figura histórica. Esa moral, sin embargo, no es una línea recta, pura, intachable. Y no lo es porque Che era un ser humano, hijo de su tiempo e influido por las ideas predominantes de la izquierda en la mitad del siglo XX. Lo prefiero así, contradictorio, cercano. Es más real. Más verdad.
Explicación:a