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Ernesto Sábato me pasó completamente desapercibido desde entonces hasta el día en que di con su acertado ensayo "Hombres y engranajes". Allí descubrí a un autor brillante, de un entrañable humanismo, aunque enormemente pesimista y descorazonador en ocasiones, lo que me incitó a releer su primera novela. No me ha defraudado la vuelta a "El túnel". Me ha llamado, eso sí, la atención que en muchas críticas se hable de Castel como un hombre de mente enferma, deteniéndose ahí el análisis de la cuestión. Probablemente estén en lo cierto, ahora bien: no creo que la intención del autor sea solamente ejecutar el retrato psicológico de un criminal loco, sino señalar a través de él una de las plagas más graves de las sociedades modernas, el aislamiento. La soledad de Castel le lleva a la neurosis y de ella pasa a la paranoia y la locura cuando se da cuenta de la imposibilidad de comunicarse con María. Es, en mi opinión, la incomunicación y la frustración que genera ésta la clave de "El túnel" y no tanto el carácter egocéntrico y posesivo del protagonista.