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1. El Concilio de Trento formuló la fe de la Iglesia sobre el pecado original en un texto solemne.
En la catequesis anterior consideramos la enseñanza conciliar relativa al pecado personal de los primeros padres. Vamos a reflexionar ahora sobre lo que dice el Concilio acerca de las consecuencias que el pecado ha tenido para la humanidad.
El texto del decreto tridentino hace una primera afirmación al respecto.
2. El pecado de Adán ha pasado a todos sus descendientes, es decir, a todos los hombres en cuanto provenientes de los primeros padres y sus herederos en la naturaleza humana, ya privada de la amistad con Dios.
El Decreto tridentino lo afirma explícitamente: el pecado de Adán procuró daño no sólo a él, sino a toda su descendencia. La santidad y la justicia originales, fruto de la gracia santificante, no las perdió Adán sólo para sí, sino también 'para nosotros' ('nobis etiam').
Por ello transmitió a todo el género humano no sólo la muerte corporal y otras penas (consecuencias del pecado), sino también el pecado mismo como muerte del alma ('peccatum, quod mors est animae').
3. Aquí el Concilio de Trento recurre a una observación de San Pablo en la Carta a los Romanos, a la que hacía referencia ya el Sínodo de Cartago, acogiendo, por lo demás, una enseñanza ya difundida en la Iglesia.
En la traducción actual del texto paulino se lee así: 'Como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado' (Rom 5, 12). En el texto original griego se lee: 'ef w pantez hmaton', expresión que en la antigua Vulgata latina se traducía: 'in quo omnes peccaverunt' 'en el cual (en él sólo) todos pecaron'; sin embargo los griegos, ya desde el principio, entendían claramente lo que la Vulgata traduce 'in quo' como un 'a causa de' o 'en cuanto', sentido ya aceptado comúnmente en las traducciones modernas. Sin embargo, esta diversidad de interpretaciones de la expresión 'ef w' no cambia la verdad de fondo contenida en el texto de San Pablo, es decir, que el pecado de Adán (de los progenitores) ha tenido consecuencias para todos los hombres. Por lo demás, en el mismo capítulo de la Carta a los Romanos el Apóstol escribe: 'por la desobediencia de un solo hombre, muchos se constituyeron en pecadores' (Rom 5, 19). Y en el versículo anterior: 'por la transgresión de un solo llegó la condenación a todos' (5, 18). Así, pues, San Pablo vincula la situación de pecado de toda la humanidad con la culpa de Adán.
4. Las afirmaciones de San Pablo que acabamos de citar y a las que se ha remitido el Magisterio de la Iglesia, iluminan, pues, nuestra fe sobre las consecuencias que el pecado de Adán tiene para todos los hombres. Esta enseñanza orientará siempre a los exegetas y teólogos católicos para valorar, con la sabiduría de la fe, las explicaciones que la ciencia ofrece sobre los orígenes de la humanidad.
En particular resultan válidas y estimuladoras las palabras que el Papa Pablo VI dirigió a un simposio de teólogos y científicos: 'Es evidente que os parecerán irreconciliables con la genuina doctrina católica las explicaciones que dan del pecado original algunos autores modernos, los cuales partiendo del supuesto, que no ha sido demostrado, del poligenismo, niegan, más o menos claramente, que el pecado, de donde se deriva tal cantidad de males a la humanidad, haya sido ante todo la desobediencia de Adán !primer hombre!, figura del futuro, cometido al principio de la historia' (1966).
5. El Decreto tridentino contiene otra afirmación: el pecado de Adán pasa a todos los descendientes, a causa de su origen de él, y no sólo por el mal ejemplo. El Decreto afirma: 'Este pecado de Adán que es uno solo por su origen y transmitido por propagación y no sólo por imitación, está en cada uno como propio'.