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La división sexual del trabajo, es decir, el cómo se han repartido las labores productivas y reproductivas según los sexos y el género, ha sido largamente reconocida como una de las formas de organización social y económica más básicas de nuestras sociedades.
La división sexual del trabajo se transforma conforme cambian los medios y las relaciones de producción en nuestras sociedades. En términos generales, Etcheberry (2015) propone tres elementos que pueden servir de guía para explicar las relaciones de género en el espacio laboral y que tienen una vigencia importante en nuestros días.
1. Restricciones intrinsecas y extrinsecas a la participación laboral de las mujeres
En términos generales, esta dimensión hace referencia a la dificultad y la desigualdad de oportunidades que pueden enfrentar las mujeres cuando quieren acceder al mercado laboral. Por ejemplo cuando tienen que competir con hombres por un puesto, generalmente si se trata de puestos directivos o asociados a la administración pública.
2.Segregación vertical y horizontal de las mujeres en el trabajo remunerado
El término de segregación social hace referencia a cómo está distribuido el acceso a los distintos espacios, y a partir de qué autoridades y qué recursos. En este caso hace referencia específica a la distribución desigual entre hombres y mujeres dentro de los mercados laborales (aunque también puede aplicarse para el espacio doméstico).
3. Las masculinidades y el trabajo remunerado
La masculinidad y la feminidad responden a un proceso histórico y cultural de construcción de valores, prácticas, roles y cuerpos. Algunos valores generalmente atribuidos a la masculinidad normativa o hegemónica son la autonomía, la libertad, la fuerza física, la racionalidad, el control emocional, la heterosexualidad, la rectitud, la responsabilidad, entre otros.