Texto basado en el análisis de la pieza de cerámica del Perú contemporáneo de Juan Javier Salazar. AYÚDANME PLISSS
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Desde que en 1981 Mirko Lauer reseñara una temprana exhibición individual de Juan Javier Salazar bajo el auspicioso título de La refrescante aventura de un anti-plástico,[2] el recorrido de la obra del recientemente desaparecido artista[3] terminaría por consolidar, acaso como una profecía autocumplida, muchas de las aristas y cuestiones abiertas en aquella incursión. Pero antes de volver a ese punto, en rigor, la ‘aventura’ de Juan Javier Salazar (JJS) se inició dentro del campo de una generación de artistas formada en el contexto de la emergencia de los movimientos sociales que marcaron fuertemente la escena cultural y política del Perú de la segunda mitad de los años 70.
Esa particular vinculación entre arte y reflexión histórico-social fue en parte el resultado del auge de un paradigma nacional de transformaciones y sus correspondientes teorizaciones iniciado a mitad de los años 60, que incluyó el apoteósico empoderamiento sindical y electoral de los años 70 y su posterior represión y crisis a fines de la década e inicios de la siguiente. En ese contexto, la militancia de diversos grupos de estudiantes de arte con las expectativas formadas en los procesos colectivos de transformación del período tuvo además, como uno de sus puntos importantes de articulación, la histórica toma de la Escuela Nacional de Bellas Artes en diciembre de 1977 y la infructuosa confrontación con el sistema académico de enseñanza tradicional de las artes.
A juicio del crítico Gustavo Buntinx, tanto las características de esa toma como la represión y el encarcelamiento de activistas canalizaron los acercamientos de grupos de estudiantes de arte a las organizaciones populares y la posterior profundización de su actividad militante.[4] En el contexto de esa toma y del enfrentamiento con la institución educativa, la producción de afiches y otras piezas gráficas por parte de algunos estudiantes -JJS entre ellos- fueron el preludio de la conciencia y el activismo colectivos de los grupos Paréntesis (1979) y EPS Huayco (1980-1981), en los cuales participó intensamente JJS con otros artistas a los que se vinculó posteriormente en comunidad a lo largo de su vida.[5]
Precisamente esta convicción comunitaria acerca de la reflexión y la creación artística se convirtió en una de las características del proceso experiencial de trabajo de JJS. No sólo en su capacidad de elaborar un discurso crítico en su diálogo con las versiones dominantes del arte y de la historia peruana, y con cierta esquiva y densa idiosincrasia local, sino sobre todo en la autogeneración de un contexto de intercambio en el seno de la colectividad artística de la ciudad que convirtió, hasta el fin de sus días, en su íntimo teatro de operaciones.
Dentro de esa perspectiva comunitaria y multigeneracional que definió transversalmente gran parte de su obra, la figura y el discurso de JJS devinieron de este modo en la virtual forja de un héroe cultural capaz de articular cierta sensibilidad de época, la misma que el crítico Jorge Villacorta ha definido como “culto-pedestre-experimental” y de “ethos hippie”, y que incluyó momentos de retiro y eventuales microactividades agropecuarias en una pequeña chacra a pocos kilómetros de la ciudad.[6]
Pero como en otros artistas de su generación en Lima, en Salazar la idea del desmantelamiento material de la obra y de su jerarquía artística responde no solamente a una perspectiva de época anarquizante, de enfrentamiento con la institución, sino también, de manera más importante, a una visión del arte como la realización de una forma histórica. Y, como tal, susceptible de un desmontaje y de una reducción conceptual a los elementos mínimos de su materialidad, en pos de la puesta en evidencia de procesos reales, por encima de superficies sancionadas por la tradición histórica.
Explicación:
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