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La historia de los jesuitas en Italia fue generalmente muy pacífica.
Las únicas perturbaciones serias fueron las surgidas por las ocasionales
disputas de los gobiernos civiles con los poderes eclesiásticos. Los
primeros seguidores de San Ignacio tuvieron inmediatamente gran demanda
de instruir a los fieles, y de reformar el clero, monasterios y
conventos. Aunque había poco mal organizado o profundamente arraigado,
la cantidad de males menores era inmensa; la posibilidad de una
catástrofe aquí y allí era evidente. Mientras los predicadores y
misioneros evangelizaban el país, se fundaron colegios en Padua,
Venecia, Nápoles, Bolonia, Florencia, Parma, y otras ciudades. El 20 de
Abril de 1555, la Universidad de Ferrara dirigió a la Sorbona un muy
notable testimonio a favor de la orden. San Carlos Borromeo fue, después
de los Papas, quizá el más generoso de todos sus protectores, y ellos
pusieron liberalmente sus mejores talentos a su disposición. (Para las
dificultades sobre su seminario y con el P. Giulio Mazarino, ver
Sylvain, “Hist. de S. Charles”, iii, 53). Juan de Vega, embajador de
Carlos V en Roma, había aprendido a conocer y a estimar a Ignacio allí, y
cuando fue nombrado virrey de Sicilia trajo consigo a los jesuitas. Se
abrió un colegio en Messina; el éxito fue señalado, y sus reglas y
métodos fueron más tarde copiados en otros colegios. Cincuenta años
después, la Compañía contaba en Italia con 86 casas y 2.550 miembros. El
problema principal en Italia ocurrió en Venecia en 1606, cuando Paulo V
puso la ciudad bajo interdicto por graves violaciones de las
inmunidades eclesiásticas. Los jesuitas y otras órdenes religiosas se
retiraron de la ciudad, y el Senado, inspirado por Paolo Sarpi, el
fraile desafecto, aprobó un decreto de expulsión perpetua contra ellos.
En efecto, aunque se hicieron las paces con el Papa poco después,
pasaron cincuenta años antes de que la Compañía pudiera volver. Italia,
durante los dos primeros siglos de la Compañía era aún el país más culto
de Europa, y los jesuitas italianos gozaron de una alta reputación de
sabiduría y letras. Segneri el mayor está considerado el primero de los
predicadores italianos, y hay cantidad de otros de primera categoría.
Maffei, Torellino, Strada, Pallavicino, y Bartoli (vid.) han dejado
obras históricas que son aún altamente apreciadas. Entre Bellarmino
(muerto en 1621) y Zaccharia (muerto en 1795) los jesuitas italianos de
importancia en teología, controversia, y ciencias auxiliares son
considerados muchísimos. También presentan una gran proporción de
santos, mártires, generales y misioneros. (Ver también Belecius;
Bolgeni; Boscovich; Possevinus; Scaramelli; Viva.). Italia se dividió en
cinco provincias, con las siguientes cifras para el año 1749 (poco
antes del comienzo del movimiento para la Supresión de la Compañía):
Roma 848; Nápoles 667; Sicilia 775; Venecia 707; Milán 625; total 3.622
miembros, aproximadamente la mitad de los cuales eran sacerdotes, con
178 casas.
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