• Asignatura: Castellano
  • Autor: gomezcanteroabril
  • hace 6 años

¿CUÁL ES LA IMPORTANCIA DE ECHEVERRÍA PARA EL ROMANTICISMO EN EL RÍO DE LA PLATA

Respuestas

Respuesta dada por: jney17
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Explicación:

Influjo de la cultura francesa. Libros y revistas. La juventud universitaria y el magisterio de Diego Alcorta. El teatro romántico. La librería de Marcos Sastre. El Salón Literario. Los discursos inaugurales y sus críticos. Las «lecturas» de Echeverría. Fracasada trasformación del Salón. La Moda. Fundación de la Asociación de la Joven Argentina.

La juventud intelectual que al terminar la tercera década del siglo habría de dispersarse en el destierro, dio al país en el trascurso de la misma el aliento de una primavera espiritual rica de esencias. Aunque Buenos Aires concentraba el núcleo más denso, también el interior contaba con grupos promisorios; las ideas y los ideales circulaban por la vastedad apenas poblada, como sustento aéreo de su coordinación, y esos hilos sutiles iban tejiendo la urdimbre de una generación armónica, llamada a duro y férvido destino.

A pesar del tumulto y la regresión del caudillismo y de las luchas intestinas, la cultura mantenía erguido su islote. Las aulas universitarias de Buenos Aires se debatían contra la hostilidad multiforme del medio y del fanatismo; la Biblioteca Pública aumentaba su caudal y el número de lectores; el periodismo sembraba lo que podía; el libro extranjero entraba con relativa profusión; y algo como el presentimiento misterioso de calamidades latentes asociaba a los espíritus juveniles, ansiosos de luz y rebelados contra la pasividad rutinaria.

Coincidente con la llegada de Esteban Echeverría, la revolución francesa de 1830 favoreció el acopio bibliográfico. «Nadie es hoy capaz de hacerse una idea del sacudimiento moral que este suceso produjo en la juventud argentina que cursaba las aulas universitarias» -rememoraba a fines del siglo el anciano historiador Vicente Fidel López, en su Autobiografía-. «No sé cómo se produjo una entrada torrencial de libros y autores que no se había oído mencionar hasta entonces. Las obras de Cousin, de Villemain, de Quinet, Michelet, Jules Janin, Mérimée, Nisard, etc., andaban en nuestras manos produciendo una novelería fantástica de ideas y de prédicas sobre escuelas y autores románticos, clásicos, eclécticos, sansimonianos. Nos arrebatábamos las obras de Víctor Hugo, de Sainte-Beuve, las tragedias de Casimir Delavigne, los dramas de Dumas y de Víctor Ducange, George Sand, etc.».

El influjo de la cultura francesa se había iniciado en 1817, durante el Directorio, con la llegada de muchos bonapartistas distinguidos, desterrados por la restauración borbónica. El libro francés se introdujo desde entonces con dominante preferencia, y en 1828 ya escribía Juan Cruz Varela en El Tiempo, con desconsuelo por los perjuicios del idioma propio: «Véanse todas las bibliotecas particulares de Buenos Aires y se hallará un prodigioso excedente de libros franceses sobre los españoles; véanse los libros que sirven de texto en nuestra universidad, y se encontrará que todos son franceses...». Dos años después, un viajero francés lo confirmaba en la Biblioteca Pública: «el número de volúmenes alcanza a veinte mil, de los que son franceses la mitad».

El semillero parisiense de Esteban Echeverría halló bien preparado el terreno y la emancipación de la literatura española no fue, en gran parte, sino la adopción de los modelos de la francesa. En 1832, un estudiante de derecho, Santiago Viola, decidió invertir en libros algo de lo que derrochaba en diversiones, e hizo venir de Europa sus novedades literarias y filosóficas en lengua francesa. Adquirió además las colecciones de la Revue de Paris y la Revue Britannique, con suscripciones subsiguientes, y una galería litográfica de los autores de moda. Todo lo puso el mecenas a disposición de sus condiscípulos y amigos. «Como las moscas alrededor de un manjar -recordaba el doctor López en las páginas citadas- corrimos en tropel al incentivo de las grandes novedades»...

Ese mismo año, Miguel Cané organizó en su casa una «Asociación de estudios históricos y sociales». Reuníanse los jóvenes asociados semanalmente a escuchar y criticar la disertación impuesta con anterioridad a un compañero. A Félix Frías tocole el paralelo entre Mirabeau y Martínez de la Rosa; favoreció al segundo y levantó el clamor del auditorio.

La cátedra universitaria de filosofía, a cargo del médico porteño Diego Alcorta, fue en aquel decenio una forja de la inteligencia y del carácter de sus alumnos devotísimos. López, Alberdi, Gutiérrez, nos han hablado de la elevación de su alma, de su bondad conmovedora, de su enseñanza ejemplar que trascendía los límites del aula. José Mármol puso en labios de un personaje de Amalia la gratitud de su generación22. Los alumnos del curso de 1835, que fue el más concurrido, lograron vencer la modestia del maestro para obtener su retrato físico, cuyas facciones trasuntan el moral23.

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