¿Qué significo para monseñor romero evangelizar en la realidad de el salvador
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Respuesta:
Textos: Am 7, 12-15; Ef 1, 3-14; Mc 6, 7-13
Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.
Idea principal: La misión de profetizar y evangelizar de todo bautizado.
Síntesis del mensaje: Hasta este momento Jesús había predicado Él solo, aunque con la presencia de los apóstoles que todo lo presenciaban, lo oían y veían. Ahora son ellos los que son enviados a colaborar con Él. Y parece que tuvieron relativo éxito. Sigue siendo verdad lo que el beato Paulo VI decía: “evangelizar es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 14). Él mismo llama a esta misión: «la dulce y confortadora alegría de evangelizar» (n. 80).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Dios manda a Amós, un laico, a profetizar (1ª lectura). Dios manda profetas siempre, especialmente, en los momentos más difíciles, cuando la fe y la moral están relajadas, en tiempos de injusticia y pecados públicos. Un profeta es siempre elegido por Dios, a pesar de sus deseos como persona, que tal vez irían por otros derroteros. ¿Cómo responde Amós? La palabra de este profeta Amós es valiente, denunciando las injusticias sociales de su tiempo, y la falsedad del culto que realizan en el templo nacional de Samaria, Betel. Tanto al sacerdote Amasías, responsable del templo, como al rey Jeroboam, Amós les resulta incómodo y le intimidan para que se marche a su tierra, Judea. Amós, con humildad pero con firmeza, se defiende: no está profetizando por gusto propio, y menos por interés económico, como si fuera un profesional: “no soy profeta… sino pastor y cultivador de higos”. Es Dios quien le manda. Y él obedece.
En segundo lugar, ahora es Jesús quien envía a sus apóstoles a evangelizar (evangelio), y con ellos a todos los sacerdotes y consagrados y consagradas. Quiere entrenarlos para cuando Él tenga que dejar esta tierra y subir al cielo. La forma en que Jesús manda a sus discípulos a anunciar el Evangelio y los consejos que les da, nos permiten aprender varias características de la auténtica evangelización. Primero, trabajar en equipo, pues esto es mejor que un trabajo personal; la evangelización es de toda la comunidad cristiana. Segundo, los evangelizadores deben estar libres de preocupaciones personales y materiales. Deben estar siempre asequibles, independientes y sin ataduras de ganancias personales. Tercero, la fe y conversión no pueden ser impuestas sino propuestas; los evangelizadores deben ser pacientes y esperar mejores momentos. Y cuarto, la llamada a la conversión es esencial para un anuncio adecuado del Evangelio; conversión que supone liberación de las servidumbres humanas y opresiones. ¿Fruto de la misión? Expulsaban demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban.
Finalmente, cada uno de los laicos también es profeta y evangelizador desde el día del bautismo. Misión ésta ratificada conscientemente en el día de la confirmación. Bien nos lo ha recordado la Iglesia en el concilio Vaticano II en el decreto llamado “Apostolicam actuositatem”, es decir, sobre el apostolado de los laicos con estas palabras: “Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 Pe., 2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo” (n. 3). Más tarde, san Juan Pablo II en su encíclica “Redemptorismissio” volvió a recordarnos sobre la permanente validez del mandato misionero: “La necesidad de que todos los fieles compartan tal responsabilidad no es sólo cuestión de eficacia apostólica, sino de un deber-derecho basado en la dignidad bautismal, por la cual «los fieles laicos participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio —sacerdotal, profético y real— de Jesucristo” (n. 71).