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"La hegemonía colorada 1947-1954", de Alcibiades González Delvalle, es un libro que retrata una de las eras más caóticas y anárquicas que viviera la república: la que siguió a la revolución de 1947, que terminó por instaurar verdaderamente en el poder al Partido Colorado. Tras la guerra civil en la que triunfaron, los colorados se dedicaron a una tarea de canibalismo interno que los dividió profundamente y sumió al Paraguay en un atraso económico y social tremendo.
Entre 1947 y 1954 se sucedieron siete presidentes: el general Higinio Morínigo, Juan Manuel Frutos, J. Natalicio González, general Raimundo Rolón, Felipe Molas López, Federico Chaves y Alfredo Stroessner. Solo este último lograría la estabilidad para gobernar realmente el país.
El libro de referencia, con detalles muy específicos de aquella época, será puesto a consideración del público el próximo domingo, con el ejemplar de ABC Color. Este volumen es el número 12 de la Colección La Gran Historia del Paraguay, editada por El Lector y que cuenta con un total de 20 libros.
En el siguiente extracto del libro de González Delvalle se puede notar a las claras cómo estaba pendiente el país de los vaivenes en la interna de la Asociación Nacional Republicana.
Y en medio de la lucha feroz en el interior del Partido, a la población no le quedaba más remedio que mirar con resignación a sus autoridades nacionales destrozándose en las alturas.
Frente a los hechos, se alzaba el rumor que muchas veces dañaba más el ánimo de la ciudadanía que los mismos acontecimientos. El rumor, la delación, la intriga, la difamación formaban parte de la "política" para mantenerse en el gobierno o ascender a él.
En este juego diabólico se avasallaban los más elementales principios de decencia, de respeto, de consideración, de humanidad.
La población nada podía esperar ni de la Policía ni de las Fuerzas Armadas. Estaban igualmente encabezadas por militares políticos o políticos militares o policiales.
Las jerarquías estaban de patas para arriba. Un teniente, o un oficial, podía levantar a su unidad. Si algún éxito se vislumbraba en la subversión, el inspirador rápidamente conseguía la ayuda de sus jefes. En esta atmósfera, resultaba imposible esperar que el país avanzase ni un paso.
El país dependía del partido
La salud, la educación, las fuerzas productivas, toda la actividad nacional dependía de la Junta de Gobierno del Partido Colorado, donde se trazaba el camino que debían seguir las autoridades nacionales. Pero también la Junta de Gobierno era de una inestabilidad sorprendente traducida, desde luego, en las gestiones gubernamentales.
Influyentes miembros de la Junta aparecían, de pronto, desalojados del Partido y del país. Su regreso suponía que les llegó el turno de la caída a quienes estaban arriba. La venganza sustituía a la doctrina partidaria.
Hablábamos de la educación. En qué momento se podría implementar un plan educativo cuando el ministro y sus inmediatos subalternos tenían que vivir equilibrados a la cuerda para mantenerse en ella, o empujar a los otros. Y así con la salud, la industria, la justicia, etc.
En sus largos años de llanura el Partido Colorado luchó con denuedo por la democracia, por su participación en las actividades nacionales, por la Convención Nacional Constituyente y muchas otras cuestiones. Pero ya dueño del poder, hizo exactamente lo mismo que había criticado desde la oposición.
Cuando el general Estigarribia impuso su Carta Política en 1940, el Partido Colorado la denunció con energía por dictatorial. Se pasaba, con razón, pidiendo la libertad de prensa ante las reiteradas clausuras de sus voceros. Expresaba con fuerza su disgusto por el uso arbitrario, del Estado de sitio. Daba la impresión de que cuando se hiciera del poder rectificaría todo.
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