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Los mandamientos que nos muestran cómo amar a Dios
El primer mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Exodus 20:3) nos dice que debemos amar, honrar y respetar a nuestro Creador y Padre celestial, porque sólo él es la suprema autoridad en nuestras vidas. Él solo es Dios, y no debemos permitir que nada nos impida obedecerlo y servirlo. Como nuestro Creador y Sustentador, nos ha dado todo, y quiere que lo reconozcamos como la fuente de todas las buenas cosas y de la instrucción para vivir bien.
El segundo mandamiento, el que nos prohíbe la adoración de los ídolos (vv. 4-6), nos dice que nuestra adoración no debe reducir a Dios a la semejanza de un objeto físico. Cualquier representación de él desvirtúa y limita nuestra percepción de lo que es realmente, y así se desvirtúa y se afecta nuestra relación con él. Dios es muchísimo más grande que cualquier cosa que veamos o imaginemos, y la idolatría lo limita en nuestras mentes.
El tercer mandamiento, no tomar su nombre en vano (v. 7), se centra en mostrar respeto por nuestro Creador. La calidad de nuestra relación con Dios depende del amor y el respeto que le demostremos. Se espera que siempre lo honremos por lo que es y nunca lo irrespetemos con palabras o acciones.
El cuarto mandamiento, recordar el sábado para santificarlo (vv. 8-11), es una clave para tener una relación correcta e íntima con él. Al santificar el sábado, su día de reposo, recordamos cada semana que él es nuestro Creador y la fuente de todo lo bueno. El sábado también es un anticipo de su futuro reino, cuando toda la humanidad tendrá por fin la oportunidad de aprender su camino de vida y experimentar una relación personal con él. El sábado es un día en que suspendemos nuestro trabajo habitual y nos reunimos en santa convocación, un tiempo para encontrarnos con otros que tienen el mismo modo de pensar y aprender más acerca del camino de vida de Dios por medio de sus ministros.
Los mandamientos que nos enseñan cómo amar a nuestros semejantes
El quinto mandamiento, honrar a nuestro padre y a nuestra madre (v. 12), marca la pauta para los últimos seis. Se enfoca en la importancia de que aprendamos a tratar a nuestros semejantes con respeto y honra. Al aprender a obedecer este mandamiento, los niños establecen un patrón para toda la vida de respeto a las reglas, tradiciones, principios y leyes adecuados. Honrar a otros debe ser un hábito normal, natural, aprendido durante la niñez; es algo que fortalecería enormemente a las familias y, a su vez, conduciría a una sociedad estable y sólida.
El sexto mandamiento, que prohíbe el asesinato (v. 13), nos dice que la vida es un don precioso que debe ser valorado y respetado. Jesús amplió este mandamiento al incluir en él sentimientos de animadversión, contención u odiosa hostilidad (Matthew 5:21-22). Dios no quiere que simplemente evitemos el homicidio. Quiere que seamos constructores, no destructores, de buenas relaciones interpersonales.
El propósito del séptimo mandamiento, no cometer adulterio (Exodus 20:14), es proteger uno de los más grandes regalos que Dios le ha dado a la humanidad: una amorosa relación matrimonial. Es la fundación de familias sólidas, que a su vez son las bases de toda la sociedad. Al obedecer este mandamiento prevenimos el dolor y el sufrimiento que experimentan las sociedades y las personas cuando afrontan la disolución de las relaciones, la destrucción de los hogares, enfermedades venéreas, pobreza y muchas otras calamidades, y en vez de ello fortalecemos una de las más grandes bendiciones de Dios a la humanidad.
El octavo mandamiento, el que prohíbe robar (v. 15), nos muestra que es necesario respetar y valorar los derechos y las necesidades de otros. Dios nos da muchas bendiciones físicas, pero ellas nunca deben ser nuestra motivación primordial en la vida. La batalla contra el egoísmo comienza en el corazón y debemos poner el dar y servir a los demás por encima de acumular posesiones materiales para nosotros mismos.