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Autor: Felipe Pigna
En el origen mismo de la colonización del Río de la Plata está presente la esclavatura como un suculento negocio. En la capitulación firmada con la corona por el primer adelantado, don Pedro de Mendoza, se le autorizaba a introducir 200 esclavos negros, “adquiridos” en España, Portugal, Guinea y las islas de Cabo Verde, con la condición de no venderlos en otros territorios. Sin embargo, haciendo números, don Pedro calculó que le resultaba más beneficioso convertirlos en “caja” para financiar la expedición, y antes de partir de San Lúcar de Barrameda consiguió un cambio en el contrato con el rey Carlos V, para venderlos en el lugar que fuera más conveniente, cosa que hizo. El “adelantado” se quedó con algunos esclavos para su séquito y trajo a los primeros africanos a las costas del Plata.
Para los miles y miles de inmigrantes involuntarios que fueron llegando por la fuerza a Buenos Aires, el río que los recibía era más que de la plata, de las penas.
Para conocer con cierta aproximación la cantidad de personas que fueron arrancadas de su tierra natal en África para ser vendidas como esclavos en América, una primera dificultad es, precisamente, el concepto que se esconde tras la denominación “pieza de Indias”, utilizada hasta fines del siglo XVII para “contabilizar” el tráfico negrero, otorgar los permisos para esta trata inhumana y cobrarle impuestos. Una “pieza” no era sinónimo de un esclavo, sino una “unidad de medida” que tomaba en cuenta la capacidad de trabajo de un hombre joven, sano y fuerte.
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