¿Cuáles fueron los beneficios que trajeron las guerras civiles al finalizar los procesos de independencia en la nueva granada?
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Las guerras civiles de Colombia comprenden una serie de conflictos internos acontecidos durante el siglo xix. Si se descuentan las revueltas internas de los estados federales, entre 1812 y 1886, Colombia sufrió nueve guerras civiles de alcance nacional.[1] Además hubo otras catorce menores de carácter regional e innumerables revueltas.[2]
Las «guerras civiles endémicas» que vivió Colombia tras su independencia se caracterizaron por la importancia que tuvieron las guerrillas en su desarrollo. La facilidad para formarlas era garantía del continuo conflicto e inestabilidad gubernamental.[3] Sin embargo, sería recién en 1848-1849 cuando se constituyeran los dos bloques permanentemente enfrentados entre sí durante todo el resto de la centuria: liberales y conservadores.[2]
Cada uno tenía el objetivo de conseguir el poder del Estado central para retenerlo y usarlo en excluir a su rival, confrontación que periódicamente empeoraba hasta que movilizaban al vulgo para ir a las armas.[4] Con sus conflictos, ambos partidos arrastrarían a los habitantes del campo y, en menor medida, de las ciudades en la polarización de la nación. Las atrocidades de las guerras —que no diferenciaban entre combatientes y opositores civiles— solo aumentaron los odios entre azules (conservadores) y rojos (liberales).[4]
Los ideales que los dividían podían resumirse en sus consignas y en su actitud con la Iglesia católica. Los conservadores decían «Dios, patria y familia», identificando la patria con la defensa de las tradiciones de su cultura y de la Iglesia, la que veían como un baluarte de las mismas. En cambio, los liberales se identificaban plenamente con los ideales de la Revolución Francesa, para los que la Iglesia era un obstáculo en la modernización del país y podían resumirse en «legalité, liberté et fraternité».[2] Las élites decimonónicas -latifundistas, notables, industriales y comerciantes-[5] se trataban entre sí de forma mucho menos sangrienta que el común de las gentes durante las guerras civiles. Sus principales motivos para irse a la guerra era que cuando un partido gobernaba hacía todo lo posible para excluir a su rival de todo cargo público. Esto llevó a la guerra de 1899, que dejó como únicas herencias la ruina nacional y la pérdida de Panamá por presión de EEUU.[6] El vulgo, en cambio, se veía arrastrado por el terrateniente que los dirigía a la guerra para luchar por uno u otro bando sin saber bien por qué.[4]
Aunque decían defender reclamaciones populares, los liberales, tanto como los conservadores, temían al populacho y no dudaron en unirse a sus tradicionales enemigos para enfrentar a las «sociedades democráticas» que ellos mismos fundaron en los años 1860, cuando los sindicatos empezaron a reclamar contra los privilegios que tenían las clases sociales de donde venían sus dirigentes bajo el lema «pan, trabajo o muerte».[2] Estos, unidos a los «perturbadores del orden y la moral» que eran exiliados a los «basureros sociales» de las selvas del Carare y las montañas del Quindío, formarían a mediados del siglo XX las «repúblicas independientes» que serán reemplazadas por las guerrillas comunistas.[4] La sociedad colombiana había cambiado desde inicios del nuevo siglo, recibiendo el aporte de las nuevas ideologías que llegaban del extranjero.[7] Paradójicamente, con este nuevo enemigo común, ambos partidos tradicionales vieron desaparecer sus diferencias.[2]