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Para la mayoría de las personas, la convicción religiosa es la esencia de su fe en Dios: son incapaces de amar a Dios y solo saben seguirlo como robots, sin anhelarlo ni adorarlo verdaderamente. Se limitan a seguirlo en silencio. Muchos creen en Dios, pero muy pocos son los que lo aman; simplemente “veneran” a Dios por temor a una catástrofe o lo “admiran” porque es grande y poderoso, pero en su veneración y admiración no hay amor ni verdadero anhelo. En sus experiencias buscan las nimiedades de la verdad o algunos misterios insignificantes. La mayoría solamente lo sigue para pescar bendiciones en río revuelto; no buscan la verdad ni obedecen sinceramente a Dios para recibir Sus bendiciones. La vida de fe en Dios de las personas carece de sentido y valor, y en ella se encuentran sus consideraciones y pretensiones particulares; no creen en Dios para amarlo, sino para que las bendiga. Muchos se comportan como les place; hacen lo que quieren y nunca tienen en cuenta los intereses de Dios ni si lo que hacen concuerda con la voluntad de Dios. Dichas personas no pueden alcanzar la fe verdadera, por no hablar del amor hacia Dios. La esencia de Dios no existe únicamente para que el hombre crea en ella, sino para que, asimismo, la ame. Sin embargo, muchos de aquellos que creen en Dios son incapaces de descubrir este “secreto”. La gente no se atreve a amar a Dios ni procura amarlo. Nunca ha descubierto que Dios tiene muchísimas cosas que lo hacen digno de ser amado; nunca han descubierto que Dios es el Dios que ama al hombre y el Dios que tiene el hombre para amar