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Si miramos las acciones militares de Al Qaeda, el EI u otros atentados terroristas, caemos en la tentación de decir que el islamismo mata más de lo que salva. Con perspectiva histórica podemos afirmarlo también del cristianismo de las cruzadas, de la colonización española, de la Inquisición. Ni que hablar de la lista de prohibiciones y restricciones que terminan en pederastias y violaciones, que si no matan arruinan vidas. También esas prohibiciones inhiben, en muchos creyentes por temor u obediencia, algunos delitos, pero ¿quién se anima a hacer un balance?
Estas dos religiones juntas cuentan con el fervor de cerca de 2.400 millones de personas, siendo –según el Vaticano– el islam la más seguida, con 1.322 millones. Pero hay miles de religiones y miles de dioses, todos verdaderos para sus seguidores, y muchos de ellos únicos y excluyentes. Como dice Richard Dawkins: “Todos somos ateos respecto de la mayoría de los dioses en los que la humanidad ha creído alguna vez”. La evidencia muestra que en casi todas las sociedades se practica alguna manifestación de sentimiento religioso, de un sistema de creencias y de rituales de pertenencia. Las acciones sincronizadas, los cánticos y celebraciones grupales propios de cada religión se explican con relativa facilidad porque causan placer, dan confianza y sentido de unidad, y eso vale en un templo, aunque también vale en una fiesta de cumpleaños, en el estadio o en una manifestación.
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