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En condiciones normales, el desarrollo de una vacuna puede extenderse durante varios años. Se requieren diferentes candidatos, y es necesario probar la eficacia y seguridad de los mismos hasta conseguir una que cumpla los criterios. En el contexto de una nueva pandemia, como es el caso, el objetivo es iniciar cuando antes su investigación y desarrollo. Para ello, se arranca rápidamente el proceso de investigación, ejecutando los pasos que sea posible en paralelo. A veces no se corroboran igual que en los casos más habituales los datos de una determinada fase para pasar cuanto antes a la siguiente, lo que también repercute en un riesgo financiero elevado. También, con aquellos grupos centrados en el desarrollo de vacunas a través de nuevas plataformas. Así, una vez se conocieron las primeras secuencias genéticas, se comenzó a trabajar. Es el caso de la compañía biotecnológica Moderna, que comenzó los ensayos clínicos con su vacuna basada en ARN tan solo diez semanas después de conocer estos datos.
Cabe destacar también que en algunos casos se trata de acelerar la Fase 2 de los ensayos para finalizar el estudio cuanto antes. En estos casos, se plantea la producción de la vacuna antes de contar con datos sólidos de seguridad e inmunogenicidad. Esto hace que sea más importante si cabe asegurar que las vacunas van a ser eficaces y seguras para centrar la producción en aquellas que vayan a otorgar mejores resultados.
Como ya se ha planteado en varios países, realizar ensayos clínicos en este contexto genera unos desafíos adicionales. Otro de los problemas que puede surgir es que dada la mortalidad que registra el Covid-19, enfermedad desencadenada por el SARS-CoV2, haya países que no acepten ensayos controlados aleatorios con grupos de placebo. Ante este reto, aunque se pueden utilizar otros métodos, los ensayos doble ciego suelen ser los más fiables para interpretar resultados.