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No hace mucho os explicaba dónde se almacenan las grandes cantidades de información digital a las que accedemos desde nuestros terminales, así como algunas curiosidades sobre la misma.
Pero ¿qué sucedería si la Tierra fuera víctima de un cataclismo que pusiera en peligro los ordenadores que almacenan nuestros conocimientos? Por ejemplo, un virus que exterminará tal fracción de la población que ya no quedara gente suficiente como para efectuar el mantenimiento de las máquinas. O una caída global del suministro eléctrico.
Si tal cosa ocurriera, por muy hipotético que sea, ¿qué podrían recuperar nuestros descendientes?
Los discos duros no son sistemas de almacenamiento fiable: nadie sabe exactamente si sobrevivirán con su preciosa carga intacta a lo largo de muchos años. La información también puede copiarse en cintas magnéticas o discos ópticos, pero estos formatos no son más fiables que los discos duros. Los mejores discos duros, se estima, puede sobrevivir un siglo; los CD más baratos duran entre 5 y 10 años antes de empezar a perder información.
Tal y como señala Jeremy Leighton John, conservador de MANUSCRIPTS, en la biblioteca del Museo Británico:
Quizá las generaciones futuras posean grabaciones de vídeo y registros GPS exhaustivos de sus vidas, además de registros de parámetros neurológicos y fisiológicos como su ritmo cardíaco, por no hablar de la secuencia de ADN personal. Dispositivos biónicos que restablecen, mejoran o amplían parcialmente las capacidades físicas o sensoriales de una persona estarán sintonizados digitalmente con cada individuo, como lo están en la actualidad los audífonos digitales. “Fabricadores” personales permitirán a las personas crear artefactos físicos útiles o puramente ornamentales. Las personas ya interactúan on-line mediante versiones virtuales de sí mismas en entornos de juego; en el futuro, estos entornos avanzarán hacia la visualización inmersita, complementada con tacto, gusto, y olor. ¿Qué sucederá con esas representaciones digitales a largo plazo?
Progresivamente, el mantenimiento de archivos de datos para el futuro se ha convertido en una prioridad para las instituciones científicas. Imaginad solo los 500 millones de gigabytes de datos que ha producido el LHC en Ginebra. En el futuro, los científicos necesitarán poder acceder a estos y otros datos en bruto para poder llevar a cabo nuevos análisis o incluso encontrar demostraciones de nuevos teoremas o pruebas de fraude científico en datos antiguos, tal y como alerta Aloj Jha en su libro 50 maneras de destruir el mundo:
Una de las formas de conservar los datos durante más tiempo y con mayor seguridad es copiarlos de un disco o cinta a otro. Sin embargo, esta práctica sistemática en conjuntos de datos inmensos (como en el caso de los proyectos de secuenciación de genes) aumenta el riesgo de introducir errores en la información. Las personas individuales también copian datos entre ordenadores personales. Es bastante posible que en el futuro sea más fácil para nuestros descendientes encontrar un álbum de Michael Jackson en un disco duro histórico que los últimos artículos sobre relatividad general o detalles acerca de la extracción de metales o la fabricación de importantes fármacos.
Jha también señala alternativas como la presentada por la fundación Long Now, una organización con base en California, que tiene una estrategia más sistemática para almacenar información: el disco de Rosetta. Está fabricado con níquel y contiene inscripciones de un millar de lenguas.
Una de las caras tiene grabado texto, empezando por un tamaño legible y reduciéndose hasta la nanoescala (milmillonésima de metro). En la otra cara, el disco contiene hasta 14.000 páginas de texto, visible con una lente de aumento incorporada. La fundación considera que el disco podría permanecer legible durante miles de años.
Irónicamente, hay organizaciones que apuestan por mecanismos de seguridad más tradicionales: guardar más información en papel, pero hacerlo en condiciones estables y a salvo de plagas hambrientas. El libro más antiguo que sobrevive, hallado en una cueva de China, data del siglo IX d. C., de modo que podríamos almacenar información de esta forma durante miles de años.
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