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Respuesta:
Había conseguido, con no pocos esfuerzos, ahorrar un saquito lleno de polvo de oro. Tenía que hacer un viaje y prefería no llevarlo encima, pues había bandoleros que no dudarían en arrabatárselo. ¿Qué hacer? Pues nada mejor, pensó, que dejarlo depositado en la casa de su amigo.
Explicación:
Respuesta:
Nadie se salva de perder tiempo, dinero y esfuerzos a causa de la deshonestidad de otros. Ni el rico, ni el pobre, ni siquiera los niños en las escuelas. Hace algunos años un grupo de niñas de 7 y ocho años se quejaban de que la encargada de la tiendita de la escuela los engañaba con el cambio o les daba una paleta cuando habían pagado por dos. Otro amigo, me acaba de contar de los corajes que hace cada vez que se da cuenta que el arquitecto que construyó su casa cobró por materiales más caros de los que usó en realidad. Cada quien sufre las consecuencias de la deshonestidad en sus dimensiones personales. Estos son los “pequeños fraudes” de la vida cotidiana, diferentes de los grandes fraudes cometidos por banqueros y secretarios de Estado. Estas trampas, tan cotidianos, pueden ser considerados como algo insignificante por quien los comete, pero tienen efectos en sus víctimas que van, desde lo simplemente molesto hasta lo devastador.
Explicación:
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