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Después de la magnífica exposición sobre Jean Siméon Chardin (1699-1799) que presentó el Museo del Prado hasta finales de mayo el año pasado, nada mejor para rememorar las vivencias que haya podido suscitar que leer este espléndido libro sobre el pintor. Un libro inteligente, sincero, de fácil e impactante lectura, que hace pensar y que manifiesta claramente lo que la filosofía puede aportar, modestamente, en la interpretación del arte.
Las 120 primeras páginas del estudio de André Comte-Sponville se completan con otras 100 donde se recogen tres famosos textos sobre Chardin: de su amigo Diderot, de los hermanos Goncourt y de Proust. A pesar de la brillantez de éstos, me quedo con el primero. A Comte-Sponville le cambió la vida a sus veintisiete años la visita de la gran exposición de Chardin que se hizo en el Grand Palais de París en 1977. Resulta de una delicadeza extrema cómo cuenta este suceso autobiográfico y cómo tras él va recorriendo el camino hacia lo simple y eterno de Chardin, que no fue un niño prodigio pero sí un anciano brillantísimo.
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la belleza* es materia dado el amplio número de significados que tiene la palabra