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El punto de partida para ingresar al problema ético es la persona humana, quien es origen y sujeto de la actividad moral. De tal modo, es imposible plantear la ética sin un fundamento antropológico, que considere al hombre en cualquier tiempo y espacio.
El ser humano siempre se preguntó sobre sí mismo y deseó saber quién es, cuál es su naturaleza y su destino. Cuando fue capaz de distanciarse de las cosas que lo rodeaban, la propia capacidad racional lo llevó a buscar respuestas acerca del mundo, de sí mismo, de su realidad.
Es por esto que encontramos que ya en los mitos arcaicos, el ser humano trataba de responder a esos interrogantes y conforme progresaba en el ejercicio de sus capacidades propias, sus respuestas iban adquiriendo una mayor relevancia conceptual.
De este modo, en la Antigüedad, cuando el hombre llegó a elaborar un saber crítico, las reflexiones acerca del ser humano se hicieron presentes en diferentes pensadores. Pero el uso del término “Antropología”, para hacer referencia a una disciplina que abordara el estudio del hombre, es mucho más reciente y data de fines del siglo XVIII.
Etimológicamente, el nombre de Antropología proviene del griego anthropos (hombre) y logos (estudio); desde este punto de vista, es la ciencia o el estudio del hombre.
En la actualidad el término Antropología designa cualquier saber crítico sobre el hombre. Pero la perspectiva con que se estudia a éste puede variar. Por esta razón, es necesario distinguir la Antropología Filosófica de las Antropologías científico-positivas y de la Antropología Teológica.
Las Antropologías científico-positivas, surgidas a fines del siglo XVIII, se mantienen en el campo fenoménico: nos dicen cómo es el hombre, lo que acontece en él, pero no nos dan una respuesta acerca del ser humano como totalidad.
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