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La idea de que los seres vivos hubieran sido creados por fuerzas sobrenaturales o deidades (creacionismo) es tan antigua como la propia humanidad. Pero las narraciones míticas sobre los orígenes de la vida comenzaron a convivir con algunas hipótesis filosóficas, aunque la creación del hombre como ser superior seguía entendiéndose bajo la intervención divina.
En el siglo IV a.C. Aristóteles desarrolló la teoría de la generación espontánea, según la cual la vida surgiría de la combinación de agua, aire, fuego y tierra. De esta forma describía el nacimiento de peces, ratones e insectos a partir del barro. Esta teoría reinó sin apenas oposición durante más de dos mil años, hasta que fue finalmente refutada por Louis Pasteur en el año 1863
Tras demostrar que el aire contiene microorganismos, Pasteur rellenó un matraz de cuello de cisne con caldo de cultivo y construyó un codo de tal manera que el aire podía entrar pero cualquier partícula que contuviera (microorganismo o polvo) quedaba retenida. Después de esterilizar el caldo de cultivo, esperó. Pasaron los días sin que ningún microorganismo apareciera en dicho caldo. La generación espontánea había sido derrotada.