Respuestas
Respuesta:
Cap 20:
Durante esta escena, que iba, quizá, a comprometer gravemente el porvenir de mister Fogg, éste se paseaba con Aouida por las calles de la ciudad inglesa. Desde que la joven había aceptado la oferta de conducirla a Europa, mister Fogg había tenido que pensar en todos los pormenores que requiere tan largo viaje. Que un inglés como él diese la vuelta al mundo con un saco de noche, pase; pero una mujer no podía emprender semejante travesía, en tales condiciones. De aquí resultaba la necesidad de comprar vestidos y objetos necesarios para el viaje. Mister Fogg hizo este servicio con la calma que le caracterizaba, y a todas las excusas y observaciones de la joven viuda, confundida con tanto obsequio, respondió invariablemente:
-Esto es en interés de mi viaje; está en mi programa.
Verificadas las compras, mister Fogg y la joven entraron en el hotel, y comieron en la mesa redonda, donde estaba servida suntuosamente. Después, mistress Aouida, algo cansada, se fue a su cuarto, estrechando antes la mano de su imperturbable salvador.
El honorable gentleman pasó toda la velada leyendo el "Times" y el "Ilustrated London News".
Si algo debiera haberlo asombrado, era no haber visto a su criado a la hora de acostarse; pero, sabiendo que el vapor no salía de Hong Kong hasta el siguiente día, no se preocupó de ello. Picaporte no acudió, sin embargo, por la mañana, al llamamiento de la campanilla.
Nadie hubiera podido decir lo que pensó el honorable gentleman, al saber que su criado no había vuelto a la fonda. Mister Fogg no hizo más que tomar su saco, avisar a mistress Aouida y enviar a buscar un palanquín.
Eran entonces las ocho, y la marea, que debía aprovechar el "Carnatic" para su salida, estaba indicada para las nueve y media.
Al pronunciar estas palabras "ocho días", Fix sentía latir su corazón de gozo. ¡Ocho días! ¡Fogg detenido ocho días en Hong Kong! Había tiempo de recibir el mandamiento. En fin, la suerte se declaraba en favor del representante de la ley.
Explicacion:
Cap 21:
Era expedición aventurada la de aquella navegación de ochocientas millas sobre una embarcación de veinte toneladas y, especialmente, en aquella época del año. Los mares de la China son generalmente malos; están expuestos a borrascas terribles, principalmente durante los equinoccios, y todavía no habían transcurrido los primeros días de noviembre.
Muy ventajoso hubiera sido, evidentemente, para el piloto, el conducir a los viajeros a Yokohama, puesto que le pagaban a tanto por día; pero arrostraría la grave imprudencia de intentar semejante travesía en esas condiciones, y era ya bastante audacia, si no temeridad, el subir hasta Shangai. Tenía, sin embargo, John Bunsby confianza en su "Tankadera", que se elevaba sobre el oleaje como una malva, y quizá no iba descaminado.
Durante las últimas horas de esta jornada, la "Tankadera" navegó por los caprichosos pasos de Hong Kong, y en todas sus maniobras, y cerrada al viento su popa, se condujo admirablemente.
-No necesito, piloto -dijo Phileas Fogg, en el momento en que la goleta salía mar afuera-, recomendaros toda la posible diligencia.
-Fíese Vuestro Honor en mí- respondió John Bunsby-. En materia de velas, llevamos todo lo que el viento permite llevar.
-Es vuestro oficio, y no el mío, piloto, y me fío de vos.
Phileas Fogg, con el cuerpo erguido, las piernas separadas, a plomo como un marino, miraba, sin alterarse, el ampollado mar. La joven viuda, sentada a popa, se sentía conmovida al contemplar el Océano, obscurecido ya por el crepúsculo, y sobre el cual se arriesgaba en una débil embarcación. Por encima de su cabeza se desplegaban las blancas velas, que la arrastraban por el espacio cual alas gigantescas. La goleta, levantada por el viento, parecía volar por el aire.
Llegó la noche. La luna entraba en su primer cuarto, y su insuficiente luz debía extinguirse pronto entre las brumas del horizonte. Las nubes que venían del Este iban invadiendo ya una parte del cielo.
El piloto había dispuesto sus luces de posición, precaución indispensable en aquellos mares, muy frecuentados en las cercanías de la costa. Los encuentros de buques no eran raros, y con la velocidad que andaba, la goleta se hubiera estrellado al menor choque.
Fix estaba meditabundo en la proa. Se mantenía apartado, sabiendo que Fogg era poco hablador; por otra parte, le repugnaba hablar con el hombre de quien aceptaba los servicios. También pensaba en el porvenir. Le parecía cierto que mister Fogg no se detendría en Yokohama, y que tomaría inmediatamente el vapor de San Francisco, a fin de llegar a América, cuya vasta extensión le aseguraría la impunidad y la seguridad. El plan de Phileas Fogg le parecía sumamente sencillo.
Respuesta:
Cap 20:
Durante esta escena, que iba, quizá, a comprometer gravemente el porvenir de mister Fogg, éste se paseaba con Aouida por las calles de la ciudad inglesa. Desde que la joven había aceptado la oferta de conducirla a Europa, mister Fogg había tenido que pensar en todos los pormenores que requiere tan largo viaje. Que un inglés como él diese la vuelta al mundo con un saco de noche, pase; pero una mujer no podía emprender semejante travesía, en tales condiciones. De aquí resultaba la necesidad de comprar vestidos y objetos necesarios para el viaje. Mister Fogg hizo este servicio con la calma que le caracterizaba, y a todas las excusas y observaciones de la joven viuda, confundida con tanto obsequio, respondió invariablemente:
-Esto es en interés de mi viaje; está en mi programa.
Verificadas las compras, mister Fogg y la joven entraron en el hotel, y comieron en la mesa redonda, donde estaba servida suntuosamente. Después, mistress Aouida, algo cansada, se fue a su cuarto, estrechando antes la mano de su imperturbable salvador.
El honorable gentleman pasó toda la velada leyendo el "Times" y el "Ilustrated London News".
Si algo debiera haberlo asombrado, era no haber visto a su criado a la hora de acostarse; pero, sabiendo que el vapor no salía de Hong Kong hasta el siguiente día, no se preocupó de ello. Picaporte no acudió, sin embargo, por la mañana, al llamamiento de la campanilla.
Nadie hubiera podido decir lo que pensó el honorable gentleman, al saber que su criado no había vuelto a la fonda. Mister Fogg no hizo más que tomar su saco, avisar a mistress Aouida y enviar a buscar un palanquín.
Eran entonces las ocho, y la marea, que debía aprovechar el "Carnatic" para su salida, estaba indicada para las nueve y media.
Al pronunciar estas palabras "ocho días", Fix sentía latir su corazón de gozo. ¡Ocho días! ¡Fogg detenido ocho días en Hong Kong! Había tiempo de recibir el mandamiento. En fin, la suerte se declaraba en favor del representante de la ley.
Cap 21:
Era expedición aventurada la de aquella navegación de ochocientas millas sobre una embarcación de veinte toneladas y, especialmente, en aquella época del año. Los mares de la China son generalmente malos; están expuestos a borrascas terribles, principalmente durante los equinoccios, y todavía no habían transcurrido los primeros días de noviembre.
Muy ventajoso hubiera sido, evidentemente, para el piloto, el conducir a los viajeros a Yokohama, puesto que le pagaban a tanto por día; pero arrostraría la grave imprudencia de intentar semejante travesía en esas condiciones, y era ya bastante audacia, si no temeridad, el subir hasta Shangai. Tenía, sin embargo, John Bunsby confianza en su "Tankadera", que se elevaba sobre el oleaje como una malva, y quizá no iba descaminado.
Durante las últimas horas de esta jornada, la "Tankadera" navegó por los caprichosos pasos de Hong Kong, y en todas sus maniobras, y cerrada al viento su popa, se condujo admirablemente.
-No necesito, piloto -dijo Phileas Fogg, en el momento en que la goleta salía mar afuera-, recomendaros toda la posible diligencia.
-Fíese Vuestro Honor en mí- respondió John Bunsby-. En materia de velas, llevamos todo lo que el viento permite llevar.
-Es vuestro oficio, y no el mío, piloto, y me fío de vos.
Phileas Fogg, con el cuerpo erguido, las piernas separadas, a plomo como un marino, miraba, sin alterarse, el ampollado mar. La joven viuda, sentada a popa, se sentía conmovida al contemplar el Océano, obscurecido ya por el crepúsculo, y sobre el cual se arriesgaba en una débil embarcación. Por encima de su cabeza se desplegaban las blancas velas, que la arrastraban por el espacio cual alas gigantescas. La goleta, levantada por el viento, parecía volar por el aire.
Llegó la noche. La luna entraba en su primer cuarto, y su insuficiente luz debía extinguirse pronto entre las brumas del horizonte. Las nubes que venían del Este iban invadiendo ya una parte del cielo.
El piloto había dispuesto sus luces de posición, precaución indispensable en aquellos mares, muy frecuentados en las cercanías de la costa. Los encuentros de buques no eran raros, y con la velocidad que andaba, la goleta se hubiera estrellado al menor choque.
Fix estaba meditabundo en la proa. Se mantenía apartado, sabiendo que Fogg era poco hablador; por otra parte, le repugnaba hablar con el hombre de quien aceptaba los servicios. También pensaba en el porvenir. Le parecía cierto que mister Fogg no se detendría en Yokohama, y que tomaría inmediatamente el vapor de San Francisco, a fin de llegar a América, cuya vasta extensión le aseguraría la impunidad y la seguridad. El plan de Phileas Fogg le parecía sumamente sencillo.
Explicación: