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Se supone que para interpretar un programa clásico no hay nada mejor que una orquesta como la del Mozarteum de Salzburgo. Bajo la dirección de Leopold Hager la agrupación interpretó obras de Mozart y Haydn, con el antecedente de ser los representantes de una tradición de más de 150 años que los une directamente con Mozart (nacido en esa ciudad y cuya viuda fundó la orquesta en 1841).
Ser parte de la tradición impone a la vez una ventaja y un sobrepeso.
Por un lado les permite contar con el plus de la información musical de primera mano, transmitida de generación en generación.
Pero muchas veces se transforma en un corsé que los obliga a mantenerse fieles a sí mismos sin intentar cambios, con el riesgo de la rutina como horizonte inmediato.
Y a la Orquesta del Mozarteum le suceden las dos cosas.
Se trata de una orquesta eficiente, prolija y conocedora del estilo de interpretación para Mozart y Haydn, pero que arriesga muy poco.
La sinfonía Nº 96 de Haydn, que abrió el programa de la noche, marcó ese clima. Esta obra del período londinense de Haydn está cerca, por su utilización un poco más intensiva de la sección de vientos y las forma más desarrolladas de cada uno de sus movimientos, del último Mozart y del primer Beethoven que del rococó.
A lo largo de los cuatro movimientos de la obra, la orquesta (de dimensiones más chicas que las actuales), mostró como punto más fuerte la precisión y homogeneidad de sus cuerdas y a un buen solista de flauta.
Todo sonó ajustado, pero sin tomar nota de las múltiples y nuevas lecturas que se han hecho de la música de Haydn y Mozart, en lo últimos veinte años y que le sacaron el supuesto "almidón" que debían tener la interpretación de música de la segunda mitad del siglo XVIII.