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Hace diez decenios prevalecía el pensamiento imperialista, nacionalista y revanchista que a lo largo del siglo XX fue motor para propiciar una Segunda Guerra Mundial y numerosos conflictos entre países y regiones, como la Guerra Fría en la que se desenvolvieron la Guerra de las Coreas y la Guerra deVietnam y otros conflictos que tuvieron lugar bajo el armazón de un nuevo orden internacional que encontró lugar con la desintegración de la ex Unión Soviética.
De esta manera la guerra de los Balcanes, la Guerra en contra del Terrorismo -con la consecuente invasión a Afganistán y posteriormente a Irak- así como una serie de conflictos raciales e interétnicos se desencadenaron llenando las páginas más oscuras de la historia.
En este periodo también vivimos el miedo a la "destrucción total asegurada” con un mundo dividido entre dos bandos antagónicos, cuyo equilibrio se sustentó en la "paz nuclear".
Sin embargo, también hemos sido testigos del fin del bipolarismo y la llegada del multipolarismo, es decir, la proliferación de varios nodos del poder global que tienen cita con las economías emergentes y el rol de ascenso de países como China, Rusia, Brasil e India y Sudáfrica en la palestra global.
El siglo XX, portador de numerosos conflictos internacionales, regionales y nacionales también ha sido el gran procreador de la cultura de la no violencia y la promoción de los derechos humanos.
Hoy el Estado ha dejado de ser el actor exclusivo de las relaciones internacionales y la diplomacia clásica ha tenido que aprender a cohabitar con la proliferación de actores no estatales como la sociedad civil organizada y las ONGs que han irrumpido de manera intempestiva en el escenario global.
Hemos visto multiplicar un paraguas de iniciativas que trabajan a favor de las causas sociales y humanitarias y hemos observado como se han creado tribunales internacionales ad hoc para sancionar crímenes de guerra y de lesa humanidad.
Aunque hoy atestiguamos grandes disruptores a la paz global, también hemos construido instituciones que pueden disuadir la guerra. Quizá el ejemplo más emblemático sea el de la UE, cuya construcción inacabada por más de 60 años ha podido evitar mayor desesperanza y destrucción.
Este experimento geopolítico de paz -que sin derramamiento de sangre y transiciones voluntarias- ha podido agrupar en una sóla entidad a 28 países dispares y heterogéneos