¿porque anibal ,teniendo a Roma su alcance decide no atacar la ciudad?
el que no me responde:reporto
Respuestas
Respuesta:
xd
Explicación:
El cartaginés se frenó de atacar Roma porque no contaba con el equipamiento ni los suministros necesarios para acometer una empresa así.
Respuesta:
Tercer día de agosto del año 216 a. C. El sol amanecía radiante sobre las planicies de la Península Itálica. Su luz resplandeciente iluminaba también el exquisito verdor de las tierras de Apulia, en el sureste, y a pesar de ello un lugar despertaba en la más desgarradora penumbra…
Nos encontramos en el territorio restringido a un lado por el río Ofanto, que los latinos llamaban Aufidus, y al otro por la pequeña localidad de Cannas. Una rapaz carroñera alza el vuelo alertada por el hedor que como consecuencia del calor estival comienza a desprender el fruto de la muerte. A miles de pies sobre la superficie de la tierra puede contemplar la catástrofe. Tan sólo la barbarie humana podría haberle proporcionado tan inmenso festín. Millares de cuerpos yacen exánimes en la llanura. Son en su mayoría romanos, pero los hay también en número ingente de otras razas y naciones del mundo conocido. Las cifras barajadas por historiadores más célebres en asumir la cuestión no dejan lugar a dudas. El latino Tito Livio concluye que 45.000 guerreros de infantería, 2.700 jinetes con sus cabalgaduras, 80 senadores, 29 tribunos, 2 cuestores, e incluso uno de los dos cónsules, el patricio Lucio Emilio Paulo, se extendían sin vida en la llanura de Cannas tras su fracaso en la ofensiva del día anterior. Aún más funesto aflora el informe del ateniense Polibio, quien incrementa la cantidad de víctimas a 70.000. Quintiliano escribe que fueron 60.000. Apiano, 50.000. En realidad el dígito exacto no es relevante. Lo verdaderamente fundamental es que en Cannas este buitre puede contemplar la mayor derrota padecida por Roma desde su fundación, allá por el año 756 a. C. Más de quinientos años de historia, en su mayoría de gloria, para que un forastero arribado de tierras lejanas donde los rayos solares broncean las teces de los hombres, infringiese el más peligroso escarmiento a los soberbios descendientes de Marte.
Aquel extranjero era nada menos que el célebre Aníbal Barca, cartaginés. Su fama en Roma había ido acrecentándose en los años preliminares gracias a sus triunfos sobre sus legiones en las batallas de Tesino (218 a. C.), Trebia (218 a. C.) y Trasimeno (218 a. C.). Era por ende vástago del glorioso general Amílcar Barca, una auténtica pesadilla para los generales romanos durante la I Guerra Púnica (264- 241 a. C.), y miembro ilustre de una de las más notorias familias de Cartago: los Bárcidas. Los romanos habían temido a Amílcar hasta el punto de otorgarle el sobrenombre de “el rayo” en virtud a la vivacidad manifestada en sus maniobras militares, y ahora recelaban aún más de su hijo, que ya había expuesto sus innatas dotes al mostrarse capaz de trasladar II Guerra Púnica (218- 202 a. C.) a los confines de la propia Roma después nada menos que de atravesar los implacables Alpes en pleno invierno del 219 al 218 a. C.