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HAY CIERTO empeño por parte de la izquierda, en volver siempre al lugar del crimen. Puede que el creativo de turno se quede en la puesta en escena, en el logo o en outfit del candidato, y, o porque no es su trabajo, o porque inexorablemente la cabra tira al monte, se olvida de poner al día su programa. Díganme sino, qué diferencia hay entre lo que Sánchez consideraba, hace una semana, propuestas estrella de su programa, y lo que decía la izquierda en los años 30 del siglo XX o Zapatero, nuestro mejor político vintage. La Iglesia, la religión, de nuevo refugios ideológicos de una izquierda huérfana de propuestas que le conecten con una sociedad que ha cambiado, y mucho. Es cierto que la quema de iglesias no se contempla como opción, aunque irrumpir en un templo (católico, por supuesto) con los pechos al aire, sea una buena manera de hacerse con una concejalía en la capital de España. Pero la esencia es la misma: sacar las sotanas a pasear y volver a sentirse moderno y rompedor. Y de nuevo el debate, que transcurre por las mismas sendas de siempre, porque a poco que profundicemos, llegaremos a un concepto que siempre se esquiva y, precisamente porque en muchas partes del mundo no existe, no debería ocultarse: la libertad religiosa.Y mientras unos quitan crucifijos, prohíben a sus representantes acudir a celebraciones religiosas y Sánchez confirma que de gobernar eliminará la religión del currículo de colegios públicos y privados. Mientras se vuelve a hablar de un Concordato que no existe, y de un IBI que la Iglesia paga en los mismos términos que partidos políticos, sindicatos, fundaciones y asociaciones sin ánimo de lucro, la realidad de las cifras económicas de la relación de la Iglesia Católica y el Estado, se esconde.Concertar colegios, no es una gracia que se haga a las órdenes religiosas sino un ahorro en funcionarios públicos y en equipamientos para dar cabida a cerca de un millón de alumnos que tienen derecho a la Educación. Lo mismo que los enfermos que son asistidos en hospitales dependientes de la Iglesia, ambulatorios, centros para mayores, para discapacitados, para enfermos terminales, expresidiarios, toxicómanos ¿podría asumir su coste el Estado? ¿Los atenderían los sindicatos o los partidos políticos?La crisis ha hecho aflorar nuevos pobres, y Cáritas, como lo hizo antes, ha estado ahí. Y cuando los ayuntamientos cuelgan de sus balcones su Welcome Refugees pero no hacen nada, Cáritas hace tiempo que sobre el terreno, y en nuestras ciudades, les da la bienvenida. Y si creemos que es en los países de origen donde hay que actuar, no se olviden de los misioneros ni de Manos Unidas. Eso, no hay «ayuda a la cooperación» que lo pague, porque la vocación de servicio, ni cabe en un programa ni se compra con dinero.Y cuando los ayuntamientos se lanzan a la promoción turística y sacan pecho de los tesoros de su ciudad, inevitablemente acuden a su catedral o a cualquiera de sus iglesias, monasterios o conventos. Continente y contenido se vuelve reclamo y lo cierto es que mantener ese ingente patrimonio histórico artístico, nunca ha sido gratis. Diría que el debate aburre, pero lo grave es que quien lo suscita, gobierna o aspira a gobernar.
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