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Hasta hace bien poco, España era considerada uno ejemplo de cómo un país periférico podía conseguir altas de tasas de crecimiento durante un largo periodo de tiempo y alcanzar, e incluso superar, los niveles de renta medios de la Unión Europea. Sin embargo, con el estallido de la crisis económica internacional, “el milagro español” evidenció rápidamente la fragilidad de su economía.
La crisis económica actual no es solo el resultado de un fatal accidente
provocado por una mezcla de contagio internacional e incompetencia de los responsables nacionales. En realidad, se trata de una crisis estructural
explicada por la existencia de varios problemas.
1. Modelo de crecimiento. España vivió entre 1995 y 2007 una de las fases de crecimiento más intensas de su historia, con el PIB aumentando a una tasa anual media del 4%. Sin embargo, este fuerte crecimiento no se apoyó en mejoras significativas de la productividad, cuyo crecimiento fue próximo
cero (Eurostat, 2014a). La razón es que el crecimiento se centró en sectores de baja productividad y valor añadido e intensivos en mano de obra poco cualificada, como la construcción y algunos servicios (como comercio y hostelería), donde se multiplicó la creación de empleo temporal con salarios bajos (CES, 2013).
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