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aniversario de la fallida República Catalana proclamada por Francesc Macià me brinda la ocasión de referirme a los llamados "valores republicanos", que nacieron en la Roma clásica --Cicerón es uno de sus nombres--, fueron olvidados hasta que resucitaron con el Renacimiento, inspiraron gran parte de la guerra civil inglesa y de las revoluciones norteamericana y francesa, y que todavía hoy, debidamente revisados, pueden ayudar a los humanos a vivir con más dignidad.
La defensa de los valores republicanos va más allá de la defensa de la república como forma de Estado: es una declaración a favor de la ciudadanía, que no es meramente administrativa o retórica, sino que consiste en el ejercicio efectivo de los valores de la libertad y la igualdad. Teóricamente, esto hoy lo acepta casi todo el mundo. En la práctica, pocos. Porque hay muchas formas de republicanismo, igual que hay muchas de liberalismo.
Precisamente hoy, en una época de liberalismo dominante, a menudo galopante, es bueno recordar que, en su versión conservadora, el liberalismo entiende la libertad como la falta de intervención del Estado; de aquí que, para este tipo de liberales --frecuente entre los poderosos y los que aspiran a serlo--, cuantas menos leyes haya, mejor, dado que esto les deja más margen para su libertad, aunque la de los demás salga perjudicada. La idea republicana de libertad es muy distinta: la libertad no significa que alguien ---sobre todo el Estado-- no interviene en mi vida, sino que yo no soy una persona sometida, que no estoy en situación de esclavitud o de dependencia, que no estoy a merced de los demás. Desde este punto de vista, las leyes pueden ser la mejor garantía de libertad, la mejor forma de luchar contra la arbitrariedad, el caciquismo y la injusticia en todos los terrenos.
Ciertamente, esto es lo que tenemos que acabar de decidir: si queremos ser súbditos o ciudadanos. El súbdito tiene la libertad del sometido. El ciudadano aspira a la libertad del que se sabe igual, del que puede decidir sobre su vida. Ser republicano debería ser exigente, como lo es ser ciudadano.
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