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Hace 200 años el entretenimiento para los habitantes de la naciente República de Colombia era limitado. La sociedad granadina estaba profundamente influenciada por la iglesia en todos los aspectos. Sin embargo, el teatro se convertía en la alternativa para cumplir con esa misión que se le asignó de entretener y educar. Era la expresión más sencilla para poder transmitir un sano entretenimiento y promover los valores morales, cívicos y artísticos que se quería para la fundación de la nueva nación.
Para la investigadora Marina Lamus, en sus estudios sobre el teatro colombiano, en el periodo previo al movimiento independentista, la situación del teatro (lease sus autores, actores y representaciones) en el virreinato de la Nueva Granada estaba sometida a los dictámenes que venían de Madrid.
Desde el siglo XVIII, surgen reglamentos para los coliseos que llevaran obras teatrales a la escena, decretos para el gremio teatral y reformas prácticas a la hora de presentar las mismas. El teatro ahora gozaba de una gran popularidad entre todas las clases sociales.
Estos lineamientos se verían reflejados en las colonias a través de formas en las que el público debía comportarse, la interferencia del Estado en las inversiones económicas para los espectáculos y tener una figura de censor que inspeccionara el contenido de las obras y todo lo que tuviera que ver con su presentación. Los representantes del Estado español supervisaba todo lo referente a uno de los espectaculos más importantes de la época.
La independencia permitiría algunos cambios, pero un Estado fiscalizador del repertorio debía seguir presente. Obvio, el teatro debía continuar su labor de formación educativa. Ahora era la República la que debía asumir la responsabilidad de promover la asistencia del público. Era el espacio para el cambio social. Se practicarían las normas de urbanidad entre el público además de difundirse la literatura dramática y el buen uso del lenguaje, continúa Lamus.