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A comienzos del siglo XIX, España era la primera nación feudal del globo. A continuación venían Rusia y Austria. Los Países Bajos e Inglaterra habían hecho su revolución burguesa en el siglo XVII; Estados Unidos y Francia, en el último tercio del siglo XVIII.
El sistema económico-político de España se apoyaba en la Monarquía absoluta, la Iglesia y la nobleza. Esta triple alianza de fuerzas, conservadoras, primero, y reaccionarias, después, empezó a formarse en la Edad Media, y llegó a su cúspide durante la época del Imperio : siglos XVI, XVII y XVIII.
Las revoluciones burguesas de los Países Bajos e Inglaterra estremecieron las bases del Imperio español. Las revoluciones norteamericana y francesa las minaron.
Al iniciarse el siglo XIX, España tenía unos diez millones y medio de habitantes. Los nobles ascendían a 400 000, y el clero a 160 000. Hidalgos, curas y frailes sumaban 560 000; es decir, 5,3 % de la población frente a 94,7 %.
La tierra estaba distribuida así: nobleza, 28 306 700 fanegas (una fanega equivale a 64,56 áreas); Iglesia, 9 093 400; clase plebeya, 1 759 9000. Porcentaje: nobleza, 51,5; Iglesia, 16,5, plebeyos, 32.
Nobleza e Iglesia juntas, esto es, el 5,3 % de la población poseían el 68 % del patrimonio nacional.
La nobleza era explotadora, claro está; pero las formas de explotación de la Edad Media habían ido evolucionando, y la servidumbre apenas existía en España al empezar el siglo XIX. Los campesinos eran aparceros, arrendatarios o jornaleros. Y eso hacía que la explotación de la tierra tuviese un carácter relativamente moderado. Por eso la protesta del liberalismo durante el siglo XIX no se dirigió nunca, o muy raramente, contra la nobleza.
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