Respuestas
Explicación:
Un ladrón de costumbres
Don José tenía un puesto de venta de víveres en una concurrida zona de Ciudad de México. Era el comercio más solicitado por los vecinos de la zona y los habitantes de las poblaciones cercanas. La gente se acercaba a comprar su carne fresca, sus pescados, legumbres, huevos, y demás productos.
Todo transcurría bien ese jueves 6 de noviembre del 2019, tal y como había transcurrido en los últimos 20 años desde la fundación del establecimiento el 3 de octubre del año 1999. María, la cajera, cobraba en su puesto de costumbre, lugar que ocupaba hace diez años y el cual amaba, pues interactuaba con la gente de la ciudad.
Cada cliente tenía una historia distinta que contar día tras día, así como sus costumbres. Don José se las sabía todas. A Margarita le gustaba comprar frutas frescas todos los martes a las nueve de la mañana, a veces llegaba a las ocho y cincuenta y cinco, otras a las nueve y cinco, pero nunca fuera de ese rango de 10 minutos.
A don Pedro, por su parte, le gustaba comprar pescado los viernes al mediodía, pero solo compraba pargo, la especie más cara de todas, y el señor se llevaba siempre unos 10 kilos. Esa era, por mucho, la venta más grande que don José hacía semanalmente por una sola persona.
Doña Matilde, en particular, compraba pollos y melones los martes para hacer su sopa caribeña especial para su marido. María y don José sabían de estos gustos porque doña Matilde lo contaba siempre cada vez que iba.
—Hoy me toca hacer mi sopa de pollo con melones, mi sopa especial y que ama mi marido —se le escuchaba a doña Matilde cada vez que llegaba.
Así como estos personajes, pasaban por allí cientos, incluso miles a la semana.
Ahora bien, ese jueves pasó algo que nunca había sucedido en la historia de ese local, en sus dos décadas de existencia: se metieron a robar.
Si bien no hubo muchos destrozos, las pérdidas si fueron considerables, sobre todo porque se robaron lo más caro, diez kilos de pargo de la heladera, justo la cantidad que acostumbraba comprar don Pedro; pollos, melones y todas las frutas frescas del local.
Además de eso, la caja registradora estaba vacía en su totalidad, no quedaba ni un céntimo, ni aparecieron tampoco las prendas de oro que don José ocultaba en su oficina y que sumaban unos 15.000$. Quizá lo más extraño es que las cámaras de seguridad fueron desactivadas en su totalidad.
Extrañamente don Pedro no asistió a comprar sus diez kilos de pargo el viernes, cosa que extrañó mucho a María y a don José luego de que los policías recogieran todas las pruebas en la zona del delito.
—¿Qué raro que no vino don Pedro, verdad? —dijo María a don José.
—Sí, muy raro, María, sobre todo porque además de las prendas, faltaba justo el pescado que a él le gusta y en la cantidad que normalmente se lleva.
Las investigaciones prosiguieron la semana siguiente, pero la cosa se puso más misteriosa aún. Resulta que la semana siguiente no fueron a comprar ni Margarita ni Matilde, justo las clientas que compraban frutas frescas, pollos y melones.
Don José y María se extrañaron aún más.
Luego de tres semanas de que no asistieran los clientes habituales, llegó la policía al establecimiento con una orden de captura contra María.
—Pero, ¡qué pasa?, ¿qué hacen! —dijo la cajera.
—María, María, fuiste muy evidente, mira que mandar a recomendar con tu primo otros comercios a mis clientes para que no vinieran justo esos días y llevarte lo que a ellos les gustaba, fue una buena jugada. Eso pudo confundir a todos, y, de hecho, lo lograste. Solo fallaste en una cosa, una pequeña cosa —dijo don Pedro mientras esposaban a quien fuera su cajera.
—¿De qué hablas?, ¡soy inocente, he sido tu amiga y empleada todo este tiempo!
—Sí, y en todo ese tiempo te estudié, así como tú a mí. Sé de tu ida mañana a Brasil, un viejo amigo fue el que te vendió el boleto. Avisé a la policía y encontraron todo en la casa de tu primo. Todo se sabe.
Fin.