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El cuerpo dispone de mecanismos de retroalimentación para controlar ciertas funciones. Estos mecanismos usan alguno de los productos de las vías metabólicas, normalmente el producto final de la vía, para controlar la actividad de ésta y regular la cantidad de ese producto. La retroalimentación puede ser positiva o negativa.
Para entender la retroalimentación negativa, piense en como el termostato controla la temperatura en su hogar. Si por ejemplo el termostato está fijado a 25 ºC (equivaldría a la concentración del producto final de la vía metabólica), cuando la temperatura baje por debajo de los 25ºC, el sistema de retroalimentación pondrá en marcha el sistema de calefacción. Cuando la temperatura del aire vuelva a alcanzar los 25ºC, el termostato actuará sobre el sistema de calefacción, apagándolo. El sistema de retroalimentación negativo permite mantener unas concentraciones constantes o de equilibrio y es el tipo de retroalimentación más frecuente en el organismo.
El sistema de retroalimentación positivo aumenta la tasa de formación de un producto. Provoca cambios en el sistema y no se limita tanto a mantener concentraciones en equilibrio. Puede establecerse un paralelismo con una situación en que, a cambio de trabajar duramente y de esforzarse, se recibe algún tipo de recompensa (se recibe una retroalimentación positiva). En estas circunstancias, se intentará trabajar más intensamente con la esperanza de obtener una mayor recompensa.
Existen muy pocos mecanismos de retroalimentación positiva en el organismo; un ejemplo lo constituye la lactancia materna. La succión del pezón por el niño produce oxitocina, que a su vez provoca un aumento de la producción de leche; cuanto más se succiona, más oxitocina se libera y más leche se produce. Cuando el niño abandona la lactancia materna, la oxitocina disminuye y consecuentemente, la producción de leche también.
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