Cuando uno va todos los días al mismo café, o al mismo bar, es grato que al llegar el mesero nos diga, más que preguntarnos, "¿Lo de siempre?" y sin tener que decir de qué se trata, en la barra aparezca el tinto, el capuchino, el ron o el aguardiente, aquello que nos gusta para saludar el día o despedir la noche. Y quizá que nos entregue, además, una copia de nuestro periódico favorito. Que el tipo sepa lo que nos gusta no es molesto; no lo sentimos como una intromisión en nuestra vida privada, sino más bien como una diferencia. Otra cosa es que Google, Yahoo News y Facebook sepan lo que nos gusta y nos ofrezcan cada día, como un camarero fiel a nuestra mente rutinaria, “lo de siempre”. Si bien este buscador, esta cadena de noticias y esta red social no son personas, sino algoritmos en una máquina, esas máquinas han sido programadas por personas y por empresas que están interesadas en darnos algo (pues si no, no las usaríamos), pero también en recibir algo de nosotros: información sobre lo que nos gusta, e, indirectamente, sobre lo que somos. Según Eli Pariser, autor de The Filter Bubble, en ese espacio democrático y aparentemente muy abierto de la red, están apareciendo unas especies de burbujas (generadas por nuestros propios clics y por la memoria de los sitios que más usamos) que pueden producir, poco a poco, una especie de “lobotomía global”, de mentes encerradas en la repetición neurótica de sus mismas rutinas. Los resultados de nuestras búsquedas están prefabricadas para nosotros mismos. Si uno viaja mucho y entra con frecuencia en páginas de agencias de viajes, cuando hace una búsqueda de “Grecia” no le saldrán las protestas que hay en ese país, sino planes de excursiones por las islas griegas. Una burbuja filtrada, diseñada específicamente según nuestro historial de búsquedas. Esta información “personalizada”, que aparentemente nos ayuda a seguir con fidelidad nuestros intereses, lo que genera, a la larga, es una limitación de la libertad. Según Yonchai Benkler, citado por Pariser: “tenemos la ilusión de ser los dueños de nuestro destino, cuando la personalización puede producir una especie de determinismo de la información, en la cual los clics de nuestro pasado determinan lo que veremos en el futuro (…), una especie de círculo vicioso”. No estamos viendo todo el abanico de opciones, sino unas pocas, para decidir lo que queremos leer y la información que queremos recibir. Soy un novato de Twitter y algo parecido he empezado a notar allí. La gente tiende a seguir y a ser seguida sólo por sus “similares”. El mismo Twitter te sugiere que sigas a “similares a ti”: por profesión, ideología, tipo de seguidores. Si alguien se fija a quiénes sigue el expresidente Uribe, por ejemplo, verá que prácticamente sigue solamente a los “similares a él”, ideológicamente, incluyendo a varios que son mucho más papistas que el Papa. Por mecanismos así es que Pariser señala el peligro de que nos quedemos “aislados en una red de uno solo”. En vez de estar abiertos a un mundo de estímulos distintos, la red personalizada nos puede convertir en egocéntricos que se embelesan en la contemplación permanente del propio ombligo. Porque no sólo están personalizados nuestros patrones de consumo, sino también nuestros patrones ideológicos y de pensamiento. Es grave que vivamos en la pura retroalimentación del ego, en una burbuja de mutuos elogios. Son los antagonistas los que te dicen, con toda la brutalidad del caso, cuándo la estás embarrando, y así nuestros enemigos son nuestros mayores aliados involuntarios: es a ellos a quienes les debemos la imagen más precisa de nuestras deformaciones y defectos. Si nos limitamos a leer y a seguir a nuestros similares, y a repetir (por cuenta de algoritmos de la red) nuestros patrones ideológicos de lectura, caeremos en un grave empobrecimiento como ciudadanos críticos y pensantes. Actividad 1. Lee el texto y Subraya los conectores
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no seeeeeee re largoel texto
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