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Respuesta:
Se entiende por cultura popular a la acumulación de diversas manifestaciones culturales tales como la música, literatura, arte, moda, baile, cine, cybercultura, radio, televisión, etc., que son consumidos por el más amplio público
Explicación:
Respuesta:
¿Por qué ha cambiado la situación? En los años setenta, la voluntad política de recuperar el espacio público coincidió con otra voluntad, la de recuperar la fiesta popular. La fiesta - la popular no puede desarrollarse en ningún otro lugar que no sea el espacio público. Aunque otros espectáculos puedan coexistir - el concierto, el circo, la feria... -,la fiesta no sobrevive al espacio privado. A partir de aquellos años de liberación cívica y política, la fiesta en la calle recuperó su territorio natural, para disfrute de sus protagonistas: la población.
Este patrón actúa sobre todo sobre las celebraciones que socialmente son más débiles, con la finalidad de orientar aquellas que tienen una escasa tradición local hacia un chapucero turismo de temporada. Me refiero a actividades nacidas por emulación de poblaciones vecinas, emprendidas al amparo de sectores con poco arraigo. El fenómeno ha aumentado en todo el territorio, ligado al avance del llamado turismo cultural: enológico, agrario, etcétera.
Eso, en principio, no tendría que ser necesariamente negativo, de hecho podría llegar a ser positivo en aquellas poblaciones que pueden mantener un alto grado de control social de la fiesta. Pero este no es el caso de otras festividades donde hay menos arraigo social y donde son más débiles los resortes de control local. En estas, de año en año, tiene lugar una incesante incursión comercial de muy baja calidad, tanto artística como comercial. No hace falta ser muy observador para comprender que las relaciones entre fiesta y atracción turística, y su aprovechamiento económico, pueden afectar a la misma raíz de la sociedad local y la fiesta que celebra.
Un ejemplo son las denominadas ferias medievales, que surgen como setas. Algunas de estas ferias partían de guiones creados por activos locales. Mientras los medios del área pueden abarcar todo lo que mueve la celebración, eso funciona. Pero llega un punto en que la actividad no da para más. En este momento entran en juego empresas de sospechosa calidad artística y dudosa profesionalidad creadas ad hoc. Entonces, aquello que en sus orígenes había sido una actividad festiva, que también satisfacía los intereses del pequeño turismo, se acaba convirtiendo en una mera anotación en los diarios en el apartado de ocio cultural del fin de semana.
Quien pretenda revivir con su emoción e intensidad alguna de las fiestas esparcidas a lo largo del año por toda España solamente con la mediación de la tecnología, especialmente las redes sociales, experimentará una sensación predominante: frustración. Cualquier intento de recrear los múltiples aspectos de estas citas populares, de la diversión de un concurso de paellas a la solemnidad de una procesión, a través de las pantallas de los ordenadores y los smartphones está abocado a un cierto fracaso.
Lo supuestamente avanzado sería defender en este contexto la mezcla de la base tradicional y los elementos digitales. No obstante, un análisis frío demuestra que estos sistemas no pueden llegar mucho más lejos que los medios de comunicación clásicos, con sus crónicas y retransmisiones. En definitiva, no dejamos de movernos en el terreno de los sucedáneos.
Pensemos, por ejemplo, en los moros y cristianos. Sobre ellos hay webs oficiales y blogs de aficionados, se cuelgan miles de vídeos en internet, tuits y comentarios en Facebook, y sus desfiles motivan por minuto cientos de mensajes, fotografías y grabaciones en cada población donde se organizan, mayoritariamente en la Comunidad Valenciana. Sin embargo, esta producción amateur sirve preferentemente para satisfacer la incontinencia de los dueños de móviles y cámaras a los que, eufóricos por el estruendo vibrante de los petardos y el perfume de pólvora que exhalan los trabucos, les asalta el impulso de registrar lo que acontece.
Los puristas se quejan al observar que a las espadas, las lanzas y los arcabuces se les han sumado unas armas de mano inéditas: unos teléfonos móviles que no suelen ir a juego con las suntuosas vestimentas de reinas, capitanes y abanderados. Y es que los dispositivos portátiles se han incorporado al desarrollo de estos actos de una manera generalizada. En realidad, ninguna parcela de nuestra existencia se libra de su influencia. De modo que, ¿cómo iban a resistirse los más entusiastas a capturar el placer de las grandes ocasiones teniendo a su alcance los aparatos necesarios?
La puesta en escena de estas celebraciones nos recuerda que fueron concebidas para ser disfrutadas más allá de los cinco sentidos. Por esa razón, su difusión tecnológica las desnaturaliza, porque las reduce a su dimensión de espectáculo audiovisual. Sin duda, es mejor eso que nada. Pero la fiesta virtual en plenitud sigue siendo una ilusión.
Explicación:
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