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El más grande y original pensador marxista de América Latina nació el 14 de junio de 1894 en el departamento meridional peruano de Moquegua. José Carlos Mariátegui (1894-1930) es recordado hoy como el más excepcional de los intelectuales radicales, latinoamericanos o no: una figura cuya influencia no solo perdura en todo el arco del pensamiento político del siglo XX, sino que evoluciona junto con los contextos históricos más variados. De la teoría de la dependencia a la teología de la liberación, de la teoría de la descolonización a la marea rosa latinoamericana, la historia del pensamiento radical de la región puede leerse y se ha leído como una exégesis ampliada de los escritos de José Carlos Mariátegui, o el Amauta, como le llamaban los compañeros.
No hay mejor introducción al pensamiento de Mariátegui que sus 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, una obra sin precedentes de pensamiento marxista latinoamericano, cuyo 90º aniversario, que se celebra este año, es la perfecta excusa para revisitar su legado.
La vida de Amauta fue tan breve como intensa. Una enfermedad potencialmente fatal mantuvo al joven peruano postrado en cama durante gran parte de su juventud y prácticamente le impidió cursar la enseñanza formal. Sin embargo, aquellos años de convalecencia vieron convertirse a Mariátegui en un formidable autodidacta con una poderosa disposición, algunos dirían que melancólica. Cuando todavía era un adolescente, empezó a escribir en periódicos limeños para ayudar al sustento de la familia, y en 1918, inspirado por la remota Revolución Rusa y una oleada de huelgas en el país, se convirtió en un socialista comprometido.
El paralelismo entre Mariátegui y Antonio Gramsci es tan evidente que pocos biógrafos pueden eludir la comparación. Marxistas heterodoxos, periodistas combativos, fundadores de los partidos comunistas de sus respectivos países, la vida de ambos escritores estuvo marcada por su debilidad física y los dos fueron víctimas de una intensa persecución política. Más allá de estas similitudes anecdóticas, Mariátegui también pasó sus años de formación política como testigo del biennio rosso, conociendo de primera mano la experiencia de los consejos de fábrica turineses en 1919-1920 y, el año siguiente, la fundación del Partido Comunista Italiano en Livorno.
Pese a que no hay pruebas de que ambos revolucionarios llegaran jamás a encontrarse, Mariátegui se inspiró en su experiencia italiana de un modo que recuerda al autor de los Cuadernos de la cárcel. En Italia, Mariátegui había descubierto a una nación que carecía de las tradiciones venerables del pensamiento socialista, más propias de países como Francia o Alemania. Aun así, en la península echó raíces una filosofía marxista viva que brotó del historicismo típicamente italiano de Benedetto Croce.
Este encuentro con la filosofía de la práctica peninsular resultaría decisivo para las futuras formulaciones de Mariátegui. En primer lugar, la idea de un marxismo vernáculo pasaría a ser un rasgo distintivo del marxismo indoamericano del pensador peruano. Esta influencia italiana también se plasmó en su comprensión marcadamente voluntarista del método marxista, concebido como unidad del pensamiento y de la acción, la transformación material y consciente. En la terminología preferida de Mariátegui, “el socialismo como creación heroica”.
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