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Estoy leyendo un libro, Tatuajes en el corazón, escrito por Gregory Boyle, un compañero jesuita que trabaja desde hace 20 años en la capital mundial de las pandillas, Los Ángeles, California. Esta ciudad tiene más de mil pandillas que agrupan a alrededor de 85 mil jóvenes menores de 30 años de edad.
Cada pandilla cuenta con su organización, sus tatuajes, su territorio señalado por grafitos y sus armas de fuego para defenderlo. También con sus muertos y centenares de condenados a prisiones o reformatorios. Desde entonces, el P. Gregory ha tenido 166 entierros de jóvenes asesinados entre las pandillas. En el fondo está la droga, pero peor que ella es la organización y el fortalecimiento de estos grupos, que desgracia es lo único que tiene esta juventud. Muchos fueron abandonados por sus padres.