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A diario se habla y se discute sobre el envejecimiento de la población y cómo organizar los sistemas de pensiones para evitar la bancarrota del Estado y no dejar desamparadas a las personas mayores. Pero el retraso en la jubilación y las reformas de las pensiones son sólo una parte de la historia, ya que no hay volumen de ahorro capaz de compensar la escasez de jóvenes, ni desarrollo tecnológico y aumento de la productividad que pueda contrarrestar la población activa tan reducida.
El nivel de vida de las personas mayores no depende sólo de lo que ahorren ahora sino del volumen de producción que exista cuando estén jubiladas, de ahí que el futuro requiera invertir en bienes de producción y en personas, y éstas son el factor más válido, y aunque no se puede pensar en la procreación en términos económicos, se habla y mucho de los ¿beneficios? del aborto y reducción, por los medios que sea, de los índices de natalidad, y a esto se dedican cantidades ingentes de dinero, cuando la mayoría de los países desarrollados de lo que estamos más necesitados es de políticas natalistas aunque apenas se hable de nuestras actuales responsabilidades con respecto a las generaciones futuras. Así, el natalismo no se ve como algo positivo sino como algo reaccionario.
Mientras avanzamos rápidamente hacia la despoblación, se sigue tratando este asunto como una cuestión técnica de sistema de pensiones y balances fiscales, no como la cuestión de estructura económica y social que es; pero si lo analizamos fríamente este problema exige soluciones que estimulen la paternidad, que es invertir en el futuro humano de la sociedad.