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La profundidad del cambio político generado por la independencia respecto de España contrasta con la permanencia de todo el sistema económico colonial durante las tres décadas posteriores, hasta mitad del siglo XIX.
En efecto la independencia permitió la adopción de una constitución política, sistema de partidos, elecciones, relevo en el poder político y adopción de códigos (muy influidos por las ideas de la ilustración francesa y el modelo napoleónico), y un sistema de justicia civil; y aunque las guerras civiles se repitieron a lo largo del siglo, se formó un estado republicano. Cuba se mantuvo ocupada por un régimen colonial español; y Brasil si bien se independizó de Portugal mantuvo la monarquía a lo largo del siglo XIX.
Paradójicamente ese proceso de ruptura y cambio no ocurrió de similar manera, no con la prontitud ni con la profundidad en el ámbito económico, pues aunque la recaudación de los tributos se dirigió hacia las nuevas autoridades republicanas, las estructuras económicas de la colonia no se modificarán hasta las reformas liberales de mitad del siglo XIX impulsadas por los radicales.
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Un fenómeno notable es que Bolívar tuvo refugio del presidente Petion cuando se huyó derrotado de Venezuela y se asiló en Haití, donde recibió respaldo con armas, dinero y apoyo político con el claro compromiso de asegurar la liberación de los esclavos si lograba el triunfo en la independencia. Solo en 1821 se prohibió el comercio de esclavos y en 1851 se decreta la libertad de esclavo pagando el estado una indemnización a los propietarios de esos esclavos.
Al lograrse la independencia, las tres cuartas partes de la tierra de la Nueva Ganada eran propiedad de la iglesia heredadas de los latifundistas, quienes al morir las confiaban a la iglesia. Por ese origen se llamaban ‘bienes de manos muertas’, adicionalmente porque no se podían comprar ni vender, y por ende no se destinaban a la producción. Es fácil comprender el obstáculo que esta situación representaba para la producción de alimentos y materias primas para la manufactura.
La iglesia no solo conservaba el monopolio de la educación y la orientaba al estudio de filosofía, teología, latín y moral; y no de ciencia y técnicas; y era obligatorio entregar el 10% (diezmo) de los ingresos de las personas en beneficio del clero, reduciendo así el nivel de ganancias de las personas y su capacidad de consumo e inversión.
Desde la Colonia existía el sistema de ‘estancos’ o monopolios estatales, sobre el aguardiente, las minas y el cultivo del tabaco; cuya siembra debería ser autorizada por las autoridades.
Aunque el monopolio de la producción y comercialización de licores persiste hasta hoy, e incluso sobrevivió a los intentos de eliminación que se presentaron en la Asamblea Constituyente de 1991, el estanco del tabaco se eliminó en 1850 , y los debates que acompañaron esa decisión estaban marcados por el enfrentamiento entre quienes sostenían que la renuncia a ese ingreso podría agravar el déficit fiscal, y los impulsores de la reforma, quienes creían que la liberación de esas actividades aumentaría la producción y por ende la recaudación, como efectivamente ocurrió.
Los resguardos indígenas habían sido reconocidos por las leyes de Indias como propiedad colectiva de tierra para las comunidades, no podían enajenarse y eran explotados colectivamente. Su estructura se mantuvo después de la independencia hasta mitad del siglo cuando se produjo su disolución de gran parte de los resguardos con el argumento de que la modalidad de propiedad en el capitalismo debe ser individual.
Es fácil comprender que la permanencia de estructuras que mantenían sometida la fuerza de trabajo a la esclavitud, y la mayor parte de las tierras monopolizadas por la propiedad de la iglesia, entidad que las mantenía improductivas y por fuera del circuito del mercado; y la extracción de rentas a favor de la iglesia deprimía la acumulación de capital necesaria al desarrollo. Por supuesto que la eliminación de esos resguardos convirtió a millones de indígenas en asalariados y sus tierras se volvieron haciendas para producción de bienes exportables y de consumo.
La independencia significó entonces una mutación cualitativa en lo político pero no se correspondió con un cambio de similar profundidad de las estructuras económicas coloniales.