¿Cuáles son los impactos, sociales, culturales y políticos, con el derrumbe de los países de Europa del Este?
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La reacción soviética al reformismo surgido como consecuencia de la etapa de Kruschev en la Europa del Este consistió en un endurecimiento que duró hasta mediados de los setenta. En el caso de los países que previsiblemente podían causar mayores problemas, como fue el de la Checoslovaquia posterior a 1968, se firmó un Tratado con la URSS que de hecho implicaba una especie de derecho de intervención de la última en la política interna. Pero ésta era ya una reacción puramente defensiva que, en realidad, testimoniaba que el sistema soviético estaba ya resquebrajándose en esta parte del mundo. Para la política exterior de la URSS seguía siendo absolutamente central tener la situación en este glacis defensivo perfectamente controlada. Siempre había existido un conflicto potencial entre la necesidad sentida de que los países sovietizados de esta parte del mundo, por una parte, tuvieran una vida propia y una autosuficiencia desde todos los puntos de vista y, por otra, permanecieran fieles, pero ahora resultaba mucho más importante, en la mentalidad del equipo de Breznev y sus sucesores inmediatos, la cohesión con la metrópoli que la viabilidad o coherencia interna como Estados. De hecho, la Europa Central y del Este se caracterizaba ya en los años setenta, como escribió Rothschild, por haber vuelto a su diversidad tradicional y a su particularismo histórico. A mediados de los años ochenta Polonia estaba gobernada por una dictadura militar, Checoslovaquia por un progresivo dogmatismo, cuyo paradójico comienzo había sido una actitud realista adoptada de cara a la invasión soviética, en Hungría había una gerontocracia presidida por un cierto paternalismo postotalitario, en Rumania un régimen sultánico dominado por un clan familiar, en Yugoslavia una confederación con progresivos indicios de disolución y en Bulgaria y Albania unos regímenes comunistas muy convencionales. Esta disparidad era el producto de factores muy diversos como, por ejemplo, la ausencia de una estalinización radical en un momento pasado. Un progresivo despertar nacional había planteado ya, desde fines de los años sesenta, los posibles problemas de una federalización, en especial en Yugoslavia y Checoslovaquia, que era inevitable dada la composición cultural plural de esos países. Pero a esta realidad hubo que sumar que la eclosión de las tendencias nacionales, siempre muy fuertes en algunos de estos países, tuvo como consecuencia la persecución de minorías nacionales, en especial en Bulgaria y Rumania. Al mismo tiempo, aunque en un grado muy variable según los países, en todos ellos era perceptible una creciente influencia cultural occidental. "Tenemos la sensación de habernos caído del tren del progreso", escribió el escritor checo Jan Prochazka. Con mayor renta que los soviéticos, los países de Europa central se sentían especialmente atraídos por los de Europa occidental.
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