contar la aventura de los rebaños de animales confundidos con ejercitos del libro don quijote de la mancha
Respuestas
Respuesta: Estaban recordando su última aventura cuando de repente, vieron a lo lejos una enorme polvareda en mitad de un camino.
– ¡Quieto, Sancho! ¿Ves lo mismo que yo?
– Sí… una nube de polvo.
– ¡Es un ejército! Pero espera… más allá hay otra. ¡Dos ejércitos que se enfrentan! ¡Que me aspen! ¡Si son los ejércitos del malvado emperador Alifanfarón, señor de la isla de Trapobana y el de Pentapolín del Arremangado Brazo, rey de los garamantas!
Sancho Panza miraba sin entender muy bien, pero como no veía más que polvo en el camino, llegó a creer a Don Quijote.
– ¿Y por qué se pelean?- preguntó entonces Sancho.
– Por amor, Sancho, por amor… El villano de Alifanfarón está enamorado de la hermosa hija de Pentapolín, y él, por supuesto, se niega a entregar a su hija a tal villano. ¡Por mis barbas! ¡Ayudaré en la batalla a mi amigo Pentapolín! Subiremos a esta loma para dejar a tu asno y les pillaremos desde allí por sorpresa.
Y subiendo a una pequeña colina, Don Quijote miró con atención y comenzó a ver cosas que el bueno de Sancho no era capaz de ver.
– ¿Ves a aquel de allá?- dijo Don Quijote señalando a la nube de polvo- El que tiene el escudo del león dorado… ese es el mismísimo Laurcaldo, señor del Puente de Plata. Sus hazañas se cuentan por docenas… y un poco más allá está el valeroso Micocolembo, duque de Quirocia. Su escudo lo forman tres coronas de plata en fondo azul. ¡Y está también el temido Brandabarbarán de Boliche! ¡El señor de las tres Arabias!
Don Quijote se emocionaba al mencionar a cada uno de estos caballeros, mientras Sancho intentaba achinar los ojos para ver si podía divisar a alguno de los señores de los que su amo tan efusivamente hablaba.
– ¿Los ves, Sancho, los ves?
– Pues a decir verdad, mi amo… yo no veo nada.
– ¿Y no escuchas sus gritos en plena batalla?
– Gritos, lo que se dice gritos, pues no… Yo solo escucho el balido de ovejas y carneros. A fe mía que esa nube no encierra una batalla, mi amo, sino un rebaño de carneros.
– Eso es por el miedo, Sancho, que nubla tus sentidos. Pero si tanto temes, échate a un lado y ya voy yo a ayudar a mi amigo.
Y diciendo esto, Don Quijote comenzó a galopar sobre Rocinante colina abajo, lanza en ristre y gritando mientras se adentraba con fuerza en medio del rebaño.
– ¡Allá voy! ¡Espera, mi amigo Pentapolín, que voy en tu ayuda!
– ¡Deténgase, amo!- gritaba Sancho desde lo alto de la colina.
Demasiado tarde. La lanza de Don Quijote levantó en volandas a unas cuantas ovejas, que comenzaron a balar presas de miedo.
Los pastores, al ver aquello, comenzaron a gritar y se hicieron con un buen montón de piedras de río. Bien adiestrados en el manejo de las hondas, comenzaron a lanzar sus misiles contra el caballero andante, quien empezó a sentir los golpes, uno detrás de otro, en el cuerpo y el rostro.
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