• Asignatura: Historia
  • Autor: malejaquintero2020
  • hace 7 años

El agustín y el ciervo El amor a la caza es tal vez la pasión que más liga al hombre moderno con su remoto pasado. En la infancia es, sobre todo, cuando se manifiesta más ciego este anhelo de acechar, perseguir y matar a los pájaros, crueldad que sorprende en criaturas de corazón de oro. Con los años, esta pasión se aduerme; pero basta a veces una ligera circunstancia para que ella resurja con violencia extraordinaria. Yo sufrí una de estas crisis hace tres años, cuando hacía ya diez años que no cazaba. Una madrugada de verano, fui arrancado del estudio de mis plantas por el aullido de una jauría de perros de caza que atronaban el monte, muy cerca de casa. Mi tentación fue grande, pues yo sabía que los perros de monte no aúllan sino cuando han visto ya a la bestia que persiguen al rastro. 5 Durante largo rato logré contenerme. Al fin, no pude más y, machete en mano, me lancé tras el latir de la jauría. En un instante, estuve al lado de los perros, que trataban en vano de trepar a un árbol. Dicho árbol tenía un hueco que ascendía hasta las primeras ramas y, aquí dentro, se había refugiado un animal. Durante una hora busqué en vano cómo alcanzar a la bestia, que gruñía con violencia. Al fin, distinguí una grieta en el tronco, por donde vi una piel áspera y cerdosa. Enloquecido por el ansia de la caza y el ladrar sostenido de los perros, que parecían animarme, hundí por dos veces el machete dentro del árbol. Volví a casa profundamente disgustado de mí mismo. En el instante de matar a la bestia roncaste, yo sabía que no se trataba de un jabalí ni cosa parecida. Era un agustín, el animal más inofensivo de toda la creación. Pero, como hemos dicho, yo estaba enloquecido por el ansia de la caza, como los cazadores. Pasaron dos meses. En esa época, nos regalaron un ciervo que apenas contaría siete días de edad. Mi hija, aún niña, lo criaba con mamadera. En breve tiempo, el ciervo aprendió a conocer las horas de su comida y surgía entonces del fondo de los bambúes a lamer el borde del delantal de mi chica, mientras gemía con honda y penetrante dulzura. Era el mimado de casa y de todos nosotros. Nadie, en verdad, lo ha merecido como él. 7 La sirvienta contó que, al caer la noche, creyeron sentir chillidos afuera. Inquietos, mis chicos habían recorrido la quinta con la linterna eléctrica, sin hallar a Dice. Nadie durmió en casa tranquilo esa noche. A la mañana siguiente, muy temprano, seguía en la quinta el rastro de las pisadas del ciervo, que me llevaron hasta el portón. Allí comprendí por dónde había escapado Dice, pues las puertas de hierro ajustaban mal en su parte inferior. Afuera, en la vereda de tierra, las huellas de sus uñas persistían durante un trecho, para perderse luego en el barro de la calle, trillador por el paso de las vacas. Tiempo después, regresamos a Buenos Aires y trajimos al ciervo con nosotros. Lo llamábamos Dice. Al llegar al chalet que tomamos en Vicente Pezón, resbaló en el piso de mosaico, con tan poca suerte que horas después rengueaba aún. Muy abatido, fue a echarse entre el macizo de cañas de la quinta, que debían recordare vivamente sus selvosos bambúes de Misiones. Lo dejamos allí tranquilo, pues el tejido de alambre alrededor de la quinta era garantía de su permanencia en casa. Ese atardecer llovió, como había llovido persistente mente los días anteriores, y cuando de noche regresé del centro, me dijeron en casa que el ciervo no estaba más. La mañana era muy fría y lloviznaba. Hallé al lechero de casa, quien no había visto a Dice. Fui hasta el almacén, con igual resultado. Miré, entonces, a todos lados en la mañana desierta: nadie a quien pedir informes de nuestro ciervo. Buscando a la ventura, lo hallé, por fin, tendido contra el alambrado de un terreno baldío. Pero estaba muerto de dos balazos en la cabeza. 10 Es menester haber criado algo con extrema solicitud −hijo, animal o planta− para apreciar el dolor de ver concluir en el barro de un callejón de pueblo a una dulce criatura de monte, toda vida y esperanza. Había sido muerta de dos tiros en la cabeza. Y para hacer esto se necesita... Bruscamente me acordé de la interminable serie de dulces seres a quienes yo había quitado la vida. Y recordé al agustín de tres meses atrás, tan inocente como nuestro ciervo. Recordé mis cacerías de muchacho; me vi retratado en el chico de la vecindad, que la noche anterior, a pesar de sus balidos, y ebrio de caza, le había apoyado por dos veces en la frente su pistola maragatos. Ese chico, como yo a su edad, también tenía el corazón de oro... ¡Ah! ¡Es cosa fácil quitar cachorros a sus madres! ¡Nada cuesta cortar bruscamente su paz sin desconfianza, su tranquilo latir! Y cuando un chico animoso mata en la noche a un ciervo, duele el corazón horriblemente, porque el ciervo es nuestro... REALIZA EL TALLER 1. ¿De qué se habla? 2. ¿Qué pasó? 3. ¿Cómo pasó? 4. ¿Cuándo pasó? 6. ¿Por qué pasó?


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Respuesta dada por: mercealerubio
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no se

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malejaquintero2020: las preguntas son las siguientes: ¿De qué se habla? 2. ¿Qué pasó? 3. ¿Cómo pasó? 4. ¿Cuándo pasó? 6. ¿Por qué pasó?
mercealerubio: yo no leo todo eso
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