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A partir de las 20.23 del viernes 13 de julio, el país tiene un nuevo presidente: a esa hora, y ante la asamblea legislativa que terminaba de aceptar las renuncias presentadas por los doctores Héctor José Cámpora y Vicente Solano Lima, tomó juramento constitucional el doctor Raúl Alberto Lastiri, yerno de López Rega. A las 21.40 habló el presidente Lastiri, quien prometió una rápida convocatoria a elecciones sin ningún tipo de limitaciones, para presidente y vicepresidente de la nación. Unos minutos después, a las 22, lo hizo Juan Domingo Perón, quien elogió la conducta de Cámpora y Solano Lima. Luego, Perón historió el proceso que desembocó en su renunciamiento a la candidatura presidencial, indicando que Cámpora le había hecho saber en el mismo momento de aceptar su candidatura, que se limitaría a servir de tránsito a la concreción de la verdadera voluntad popular. En su alocución, sin hacer referencia concreta, Perón pareció aceptar su postulación a la presidencia, al sostener que «si dios le da salud, dedicará los últimos años de su vida a servir a la patria». Al mismo tiempo, un rumor, que nadie sabe de dónde salió, encendió la polémica en todos los cuadros políticos de la república: Ricardo Balbín sería el compañero de fórmula de Juan Perón. Según algunos trascendidos, el proceso de recambio del poder ejecutivo para poner a su frente a Perón estaba ya planificado desde varios meses atrás. La mayor parte de los gobernadores, dirigentes peronistas y gremialistas provinciales expresaron su adhesión al proceso iniciado el 13 de julio. La CGT fue, sin duda, la que intentó de modo más desembozado sacar partido de la situación, adelantándose a los acontecimientos para aparecer «presionando» a Cámpora y desencadenando el proceso. Los directivos de la central obrera propusieron la movilización, pero la misma no produjo mayor efecto. La unión obrera metalúrgica apareció como cabeza visible de la acción y llevó cinco micros cargados de empleados hasta la casa de Perón. Pero su capacidad de movilización propia fue nula, lo mismo que la adhesión espontánea popular. Ya con la comprobación de ese fracaso, Rucci debió girar 180 grados y proclamar orden y tranquilidad, desmintiendo toda posibilidad de huelga poco después de convocar a los trabajadores para confluir a Vicente López.
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