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El amor es una de las armas más poderosas del ser humano. Que no te quepa duda que el amor, además de mover montañas, desata pasiones y locuras que han copado interminables libros, titulares y todo tipo de historias apasionantes. Y lo seguirá haciendo.
La palabra amor inspira. Inspira cosas maravillosas, salvo por la canción de Rocío Jurado “se nos acabó el amor de tanto usarlo”. Se puede usar un poco menos y que no se acabe. Y es que el amor es un fin y es un medio. Un medio porque es el motor de la mayoría, por no decir todas, las cosas que hacemos. Y es un fin porque, con total seguridad, es el sentimiento más poderoso. Así que todos queremos tener amor en nuestras vidas. Sin embargo, es un fin con algunas peculiaridades, porque algunas veces no responde a una relación causal sencilla. Esto significa que, aunque en ciertas ocasiones pongamos todo nuestro cuerpo y nuestra alma –una pareja, un hij@, un amig@ o un proyecto-, no siempre es correspondido en la medida que queremos. Lo que, algunas veces, duele. Porque el desamor duele, no nos engañemos.
Pero lo interesante no acaba aquí porque el amor también es gradual, es decir, puede tener medidas. Menos mal, porque creo que, si fuese sin medidas, o blanco o negro, estaríamos todos para internarnos en un psiquiátrico. Lo que pasa es que es difícil graduarlo de forma consciente y algunas veces se nos va de las manos. Pero eso le da un poco de sal a la vida y qué divertido es . Y cuando se nos va de las manos no pasa nada ya que, a medida que crecemos aprendemos también a amar, a amar mejor o peor, eso ya lo decides tú. Y es que se puede aprender a amar.
Además, como todo en la vida, tiene unas consecuencias, consecuencias que en este caso suelen ser maravillosas. Al ser el motor de la mayoría de nuestras acciones nos regala momentos que nos hacen ver la vida con otro color, desde rojos arrebatadores, pasando por azules transparentes hasta llegar a rosas brillantes. Y el amor debe ser así, arrebatador, transparente y brillante. Hay que poner toda la carne en el fuego y toda la pasión en juego. Pero claro, como todo juego, hay que apostar y como todo fuego, te puedes quemar. Ahora bien, como te salga bien el juego y no te quemes, has triunfado como los chichos. De hecho, diría que, aunque te quemes, sigue mereciendo la pena porque el amor te hace respirar más profundo, el amor te hace sentir más vivo y el amor te hace vivir la vida más intensamente. Yo, lo tengo claro, apostaría todas mis cartas.
El amor saca lo mejor de cada uno. ¿Quién no querría ser la mejor versión de uno mismo? Te empuja más allá de tus límites, mejor dicho, de los límites que crees que tienes porque todos podemos más de lo que pensamos. Y es que el amor es poder, poder hacer todo lo que quieras y poder dar lo mejor de ti mismo a quien tú quieras.
Por ello, como dijo la Madre Teresa de Calcuta “ama hasta que te duela”. Ama de tal forma que la vida merezca realmente la alegría –no quiero usar la expresión “merecer la pena” porque me gusta más merecer la alegría, soy una positivista con causa-. Ama hasta llorar de alegría, ama hasta sonreír sin descanso y ama para que cada segundo cuente. ¡Ama más!
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