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Nuestro país está viviendo un momento de polarización sin precedente en la historia reciente, y los conflictos tomando lugar en Washington, D.C. sobre tantos asuntos distintos son producto de aquellos puntos de vista en conflicto.
Entre los asuntos más polémicos está el cuidado de la salud. Desde que fue aprobada la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio (ACA por sus siglas en inglés) bajo el Gobierno del presidente Obama, la estructura del sistema cuyo objetivo es el cuidado de las vidas y el bienestar de todos nosotros ha causado profundo desacuerdo y diálogo. Hace solo unas semanas, muchos de nosotros vimos con ansia al Senado rechazar por solo 51 a 49 votos una ley que hubiera revocado la ACA, quitándoles a millones de personas su seguro médico.
Como ciudadanos, nos encontramos a veces absorbidos en los debates políticos y discusiones sobre este asunto, pero es nuestro papel como estudiantes de Jesús y creyentes en Cristo que nos debe guiar más que nada.
El cuidado de la salud es un asunto grande y complejo. Pero en nuestra fe encontramos una guía, no solo para asuntos personales sino también para los grandes asuntos de nuestros tiempos. Aunque las Escrituras no abarquen expresamente los temas de seguro médico, el papel de enfermedades pre-existentes o los intercambios de salud del gobierno, nuestras capacidades para razonar nos pueden ayudar a aplicar sus enseñanzas a estos tiempos modernos.
Yo creo – y nos recuerda 1 Timoteo – que Dios habita en todos nosotros. Cada individuo lleva dentro la luz de Dios. Es por eso que el servir a los demás es servir a Dios. Y no hay mejor manera de servir a los demás que asegurar que disfruten con la mejor salud posible. Nosotros como cristianos afirmamos que la vida, dada por Dios, es sagrada. ¿No se extiende ese llamado a protegerla a todas las etapas de la vida?
El cuidar la salud de los demás es el amor cristiano en acción. En Tesalonicenses, recibimos este llamado: “confórtense (aliéntense) los unos a los otros, y edifíquense el uno al otro, tal como lo están haciendo” (1 Tesalonicenses 5:11). Aunque intentemos edificar a los demás espiritualmente, es difícil enfocarse en lo espiritual cuando el cuerpo sufre dolor y la enfermedad lo azota. Para poder alentar a nuestro prójimo a explorar sus propios dones y sus propias maneras de servir a Dios – “edificando los unos a los otros” – debemos primero abordar sus necesidades físicas más básicas. Y el acceso al cuidado de salud, para aquellos momentos cuando los cuerpos necesitan sanación y comodidad, asegura que lo logremos.