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El azul maya destaca entre los pigmentos históricos conocidos debido a sus excelentes propiedades: no solo posee un color intenso, sino que es resistente a la luz, a la biocorrosión y al calor moderado, no se decolora ante el ácido nítrico concentrado, los álcalis ni los solventes orgánicos, y los murales ejecutados con él han tolerado bien la humedad durante cientos de años.5 Se le considera el primer pigmento orgánico estable.6 En cuanto a su color, en las muestras arqueológicas puede ser azul, turquesa o azul verdoso y más o menos claro u oscuro, diferencias que se atribuyen a variaciones —intencionales o accidentales— en su proceso de fabricación4 o a la técnica de pintura utilizada (mezcla con blanco, aplicación sobre otro color más oscuro).3
El nombre de esta sustancia se debe a que inicialmente se pensó que solo se había utilizado en la zona maya de Yucatán, aunque luego se la detectó en otros sitios arqueológicos mexicanos, como El Tajín, Tamuín, Cacaxtla, Zaachila, Tula, y en el Templo Mayor de Tenochtitlán.2
Entre los últimos testimonios que se tienen del empleo del azul maya histórico están las pinturas que realizó en 1562 el indígena Juan Gerson en el convento de Tecamachalco (Puebla), donde usó este pigmento; también se sabe que poco después, en 1571 o 1576, el médico y naturalista español Francisco Hernández de Toledo obtuvo la receta para prepararlo.2 En 1989, un grupo de investigadores relacionados con el Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología de Cuba reportó que un pigmento azul verdoso hasta entonces llamado Azul Habana, utilizado en decoraciones murales de edificios coloniales de Cuba, era en realidad azul maya; se empleó aproximadamente entre 1750 y 1860, y se cree que pudo haberse importado desde México.73 Finalmente, sin embargo, la técnica de la preparación del azul maya se perdió.3
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