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Hace muchos años vivía en Lima, Perú, Fray Martín de Porres, que desde niño fue siempre obediente, respetuoso y muy bondadoso.
Un día aparecieron en el convento donde vivía Fray Martín, una gran familia de ratones que molestaban constantemente a los buenos frailes que allí vivían. Cansados los frailes con la invasión de ratones inventaron diversas trampas para cazarlos, lo que rara vez lograban. Fray Martín puso también una ratonera, y un ratonzuelo atrevido, atraído por el olorcillo del queso se dejo atrapar en ella.
Fray Martín lo libertó y colocándolo en la palma de su mano le dijo:
– Váyase, ratoncito, y diga a sus compañeros que no molesten a nadie: que se vayan a vivir a la huerta, que yo los cuidaré y les llevaré alimentos con cariño.
En el convento vivan además, un perrito negro, llamado Colita, y un gato blanco, llamado Michín. Ambos eran buenos amigos, pues Fray Martín les había enseñado a ser buenos compañeros.
Estaban una tarde comiendo tranquilamente cuando Colita gruñó y Michín maulló. Era un ratón que había asomado el hocico fuera de su agujero.
Cuando Fray Martín lo vio llamó al perro y al gato y les dijo:
-Todos deben ser amigos y buenos compañeros, compartan su comida y vivan en santa paz.
Y desde ese día en el convento reinó la alegría, la paz y el amor entre todos los animales, gracias al bondadoso fray Martín.
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