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La madre del Castillo, Francisca Josefa de la Concepción Castillo y Guevara, nació en Tunja el 6 de octubre de 1671 y murió en esa misma ciudad en 1742, a los 71 años. Su tormentosa vida puede ser rastreada por conducto de dos extensos escritos autobiográficos que permanecieron inéditos hasta el siglo XIX: De Afectos espirituales Afecto 2 “Mi amado para mí es, y todo deseable; ¿quién es tu amado, oh alma? ¿Quién es este amado? Dios y hombre, Cordero candidísimo, teñido en su sangre, abrasado en el fuego de amor; y todo se te da, ¡alma mía! ¡Oh, que locura es desear otra cosa, pues fuera de El solo hay males y muerte, y todo te das, Señor mío, centro de mi corazón! ¿A quien te das? Apártate, Señor, de mí, que soy mentira y pecado”.Vida, publicada en Filadelfia en 1817; y Afectos espirituales, que se publicó en Bogotá en 1843. Escribió además algunas poesías. Estos escritos de la madre Josefa son un excelente ejemplo de la literatura mística y de ascetismo, o conventual, que fue una expresión de curas, monjas y beatos característica de los tiempos coloniales y en la que se plasmaron facetas que ilustran el tipo de vida de aquellos tiempos para quienes optaban por la vida religiosa católica y el celibato. Tales escritos dan cuenta del ambiente moral de la época, de los dilemas espirituales, de los prejuicios sociales y raciales, de la represión de los sentimientos afectivos. Reflejan también las concepciones de la belleza, encarnada en la tez blanca e inmaculada de Jesucristo y el anverso de las tentaciones de los diabólicos negros, mulatos e indios.
Las Fundaciones de la española Santa Teresa de Jesús (1515-1582), los libros de la Biblia, diferentes textos piadosos y las obras de la mexicana sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) constituyeron el molde literario de la madre del Castillo. Cuenta en su autobiografía que a los 12 años de edad: “…entraban en casa de mi madre algunos parientes muy inmediatos, que a otros no se daba entrada, por el gran recato y cuidado que nos cuidaban; y entre ellos, uno se aficionó tanto a mí, que en cualquier ocasión que hallaba me ponderaba su amor, y decía que aunque fuera a Roma había de ir por dispensación.Colección Biblioteca Luis Ángel Arango. Yo, como loca y vana, y como que mi corazón no había encontrado su centro, andaba vagando por despeñaderos, aunque sin más intento que la vanidad de ser querida […] leía sus papeles, que eran vanísimos, y aunque no respondía a su intento, no huía las ocasiones de verlo y hablarle”. Lecturas y acciones que se consideraban impuras la llevaron en aquellos años de juventud a infinidad de dudas y reflexiones en las que optó por una vida de aislamiento: “Tuve siempre una grande y natural inclinación al retiro y soledad, tanto, que desde que me puedo acordar, siempre huía la conversación y compañía, aun de mis padres y hermanos”. En 1689, a los 18 años, entró al Real Convento de Santa Clara, en Tunja.R. M. Francisca Josefa del Castillo. Colombia Ilustrada, 1889-1897. Decisión que contrarió a su familia y especialmente a su padre quienes no querían para ella la vida religiosa. “El que más esfuerzo ponía en no fuera monja, era un cuñado mío, que me quería mucho, y me proponía algunos casamientos con parientes suyos, ponderándome sus prendas. En fin, no hubo persona que, o por dar contento a mis padres, o porque Dios lo debía de disponer, no me desaprobaba y contradijera el ser monja”.
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La madre del Castillo, Francisca Josefa de la Concepción Castillo y Guevara, nació en Tunja el 6 de octubre de 1671 y murió en esa misma ciudad en 1742, a los 71 años. Su tormentosa vida puede ser rastreada por conducto de dos extensos escritos autobiográficos que permanecieron inéditos hasta el siglo XIX: De Afectos espirituales Afecto 2 “Mi amado para mí es, y todo deseable; ¿quién es tu amado, oh alma? ¿Quién es este amado? Dios y hombre, Cordero candidísimo, teñido en su sangre, abrasado en el fuego de amor; y todo se te da, ¡alma mía! ¡Oh, que locura es desear otra cosa, pues fuera de El solo hay males y muerte, y todo te das, Señor mío, centro de mi corazón! ¿A quien te das? Apártate, Señor, de mí, que soy mentira y pecado”.Vida, publicada en Filadelfia en 1817; y Afectos espirituales, que se publicó en Bogotá en 1843. Escribió además algunas poesías. Estos escritos de la madre Josefa son un excelente ejemplo de la literatura mística y de ascetismo, o conventual, que fue una expresión de curas, monjas y beatos característica de los tiempos coloniales y en la que se plasmaron facetas que ilustran el tipo de vida de aquellos tiempos para quienes optaban por la vida religiosa católica y el celibato. Tales escritos dan cuenta del ambiente moral de la época, de los dilemas espirituales, de los prejuicios sociales y raciales, de la represión de los sentimientos afectivos. Reflejan también las concepciones de la belleza, encarnada en la tez blanca e inmaculada de Jesucristo y el anverso de las tentaciones de los diabólicos negros, mulatos e indios.
Las Fundaciones de la española Santa Teresa de Jesús (1515-1582), los libros de la Biblia, diferentes textos piadosos y las obras de la mexicana sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) constituyeron el molde literario de la madre del Castillo. Cuenta en su autobiografía que a los 12 años de edad: “…entraban en casa de mi madre algunos parientes muy inmediatos, que a otros no se daba entrada, por el gran recato y cuidado que nos cuidaban; y entre ellos, uno se aficionó tanto a mí, que en cualquier ocasión que hallaba me ponderaba su amor, y decía que aunque fuera a Roma había de ir por dispensación.Colección Biblioteca Luis Ángel Arango. Yo, como loca y vana, y como que mi corazón no había encontrado su centro, andaba vagando por despeñaderos, aunque sin más intento que la vanidad de ser querida […] leía sus papeles, que eran vanísimos, y aunque no respondía a su intento, no huía las ocasiones de verlo y hablarle”. Lecturas y acciones que se consideraban impuras la llevaron en aquellos años de juventud a infinidad de dudas y reflexiones en las que optó por una vida de aislamiento: “Tuve siempre una grande y natural inclinación al retiro y soledad, tanto, que desde que me puedo acordar, siempre huía la conversación y compañía, aun de mis padres y hermanos”. En 1689, a los 18 años, entró al Real Convento de Santa Clara, en Tunja