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El caudillismo. Generalmente, el populismo comienza con la admisión de un líder o caudillo al que se le atribuyen todas las virtudes y se le asigna, de hecho, ser el gran intérprete de la voluntad popular. Alguien que trasciende a las instituciones y cuya palabra se convierte en el dogma sagrado de la patria. Mussolini, Hitler, Franco, Perón, Fidel Castro, Juan Velasco Alvarado, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, cada uno a su manera, son ejemplos de Caudillos.
El exclusivismo. Sólo “nosotros” somos los auténticos representantesdel pueblo. Los “otros” son los enemigos del pueblo. Los “otros”, por lo tanto, son unos seres marginales que no son sujetos de derecho y merecen nuestro mayor desprecio. Chávez calificó de “majunches” a sus adversarios, un venezolanismo que quiere decir “tonto o inútil”.
El adanismo. La historia comienza con ellos. De ahí el nombre adanismo, por Adán, el primer hombre. El pasado es una sucesión de fracasos, desencuentros y puras traiciones. La historia de la patria se inicia con el movimiento populista que ha llegado al poder para reivindicar a los pobres y desposeídos tras siglos de gobiernos entreguistas, unas veces vendidos a la burguesía local y otras a los imperialistas extranjeros.
El nacionalismo. El nacionalismo es una creencia generalmente vinculada a la supuesta identidad nacional. Suele ser excluyente y derivar en racismo u otras formas de exclusión social. En el terreno económico conduce al proteccionismo o a dos reacciones aparentemente contrarias. El aislacionismo para no mezclarnos con los impuros, o el intervencionismo para esparcir nuestro sistema superior de organizarnos. En nuestros días, ese nacionalismo se transforma en “antiglobalismo”.
El estatismo. Los populistas, casi siempre son estatistas. Creen que la acción planificada por el estado colmará las necesidades del “pueblo amado”. Tienden a no creer en el crecimiento espontáneo y libre de la sociedad. Los gobernantes populistas esperan la total sumisión de los creadores de riqueza. Intentan convertirlos, y muchas veces lo logran, en “buscadores de rentas”.
El clientelismo. Los gobernantes populistas no tienen partidarios, sino clientes que les deben cosas. Les encantan los “cazadores de subsidios”. Entienden que la política es para generar millones de estómagos agradecidos que les deben todo al gobernante que les da de comer y acaban por constituir su base de apoyo.
La centralización de todos los poderes. El caudillo controla el sistema judicial y el legislativo, o trata de hacerlo. La separación de poderes y el llamado checks and balances son ignorados. En Venezuela cuando “los enemigos del pueblo” ganan unas elecciones, los gobernantes populistas crean un organismo paralelo y le traspasan los presupuestos y funciones.
Los funcionarios no están al servicio de la sociedad, sino de los populistas. Controlan y manipulan a los agentes económicos, comenzando por el banco nacional o de emisión, que se vuelve una máquina de imprimir billetes al dictado de la presidencia.
El doble lenguaje. La semántica se transforma en un campo de batalla y las palabras adquieren una significación diferente. “Libertad” se convierte en obediencia, “lealtad” en sumisión. Patria, nación y caudillo se confunden en el mismo vocablo y se denomina “traición” cualquier discrepancia.
La desaparición de cualquier vestigio de cordialidad cívica. Se utiliza un lenguaje de odio que preludia la agresión. El enemigo es siempre un gusano, un vende-patria, una persona entregada a los peores intereses. Ese es el antecedente de la destrucción del otro. Antes de aplastarlo hay que eliminarle cualquier vestigio de humanidad.
Son solo algunos.